martes, 8 de agosto de 2017

Pregón de las Fiestas de San José de El Escobonal, (Güímar), 2017 [1ª parte]

 
Fotografía cedida por Nifraya Afonso.
     Miembros de la corporación municipal y de la comisión de fiestas, señoras, señores, queridos amigos, buenas tardes a todos.
    Cuando fui invitada por la presidenta de la Comisión de Fiestas de San José a ser su pregonera, me sentí muy halagada, pero consciente de que no era merecedora de tan importante cometido. A pesar de ello tuve la osadía de aceptar movida por la felicidad y el amor que esta tierra había dado a mi vida y a la que ahora tenía la oportunidad de darle las gracias, poniendo mi humilde voz para pregonar sus fiestas, sus valores y la lucha constante de sus vecinos por el progreso de su tierra.
    Mi primer encuentro con estas tierras fue en mi adolescencia, cuando mi madre y yo acompañábamos a mi padre, que utilizaba este tramo de la Carretera General del Sur para hacer prácticas, tras su recién sacado carné de conducir. Lo que no imaginaba yo es que, unos años después, este lugar me atraparía para siempre.
   También recuerdo de esa época a mis compañeros de El Escobonal, con los que compartí aula en el Instituto “Mencey Acaymo”: José Marrero, Cándida Hernández y Roberto Chico con los que he vuelto a reanudar la amistad, pero también vienen a mi memoria Silvio Vicente y Manuel Benítez con los que no he vuelto a coincidir.
    Pero fue a comienzos de la década de los ochenta cuando comenzó mi idilio con esta tierra, me enamoré de su historia, sus personajes, su naturaleza, su lucha diaria por sumarse a la modernidad. El culpable de este enamoramiento es Tavi, el hombre con quien desde entonces comparto mi vida. De su mano empecé a conocer cada detalle de esta su tierra, no paré de leer tantos artículos que había escrito y seguía escribiendo; desde el origen orgulloso de los gentilicios agachero, chimajero, hasta sus tradiciones, de los restos aborígenes a los personajes más conocidos: José Delgado Trinidad, responsable de adjudicar a este pueblo el patronazgo cristiano del santo de su nombre, al ceder los terrenos de Cano para construir la primera ermita de San José; otros tan destacados como Cho Cirilo, que hacía la magia de tocar simultáneamente tambor y flauta al ritmo del tajaraste, y que en torno suyo danzaran los niños entrelazando las cintas de colores que partían de lo alto del palo que otros muchos escobonaleros sostuvieron como símbolo de su tierra y que orgullosamente sigue en pie. La afamada Josefina Marrero, con su prodigiosa voz, que llegó a cantar en la Península, y, de haber nacido en esta época de oportunidades para la mujer, hubiese llegado muy alto. El prestigioso practicante Miguel Delgado, profesional de gran prestigio en estos sures; además personajes ligados a la religión católica como Juan de Castro Baute, quien llegara a ser párroco de Fasnia y cargo eclesiástico de la catedral de La Laguna, como se recuerda en la placa de su antigua casa; destacados puntales de lucha canaria que entonces, al igual que ahora nuestros recientes campeones/as regionales, tanto en la categoría femenina como masculina, han pregonado con orgullo el nombre de su tierra. Sus rondallas, sus orquestas y los Casinos que tuvo el pueblo desde los comienzos del siglo XX hablan de su inquietud así como de su desarrollo cultural y social. De igual forma, el contar con su propia Federación obrera y agrupaciones políticas en plena República, deja claro el empuje reivindicativo de un pueblo. Y que mejor testigo de esa lucha, que el paisaje que dejaron sus hombres y mujeres labradores de estas tierras que han luchado por sacar adelante a los suyos, roturando los lomos que entre barrancos se levantan y donde con sudor y tesón han creado sus famosas cuevas viviendas, los canteros en bancales y las galerías de agua, transformando armoniosamente su tierra para obtener el sustento de los suyos, actividad agrícola que completaban con el ganado, dando fama a los quesos de Frías. Esta tarea cotidiana se completaba con trabajos artesanales de modo que carpinteros, costureras, panaderas, albañiles, caladoras,... entre todos hicieron posible la vida en los pueblos hasta bien avanzado el siglo XX.
     Me enteré de sus tres intentos de independencia del ayuntamiento de Güímar, ya que la contribución de su potencial humano y económico de entonces no se correspondía, proporcionalmente, con la atención que recibía del gobierno municipal, tardando muchas décadas en hacer llegar a estas tierras lo que la cabecera municipal ya tenía; así, mientras los vecinos del casco de Güímar ya contaban con luz eléctrica desde 1929, en que entra en funcionamiento la Central Hidroeléctrica, ésta nunca llegó a extender su cableado para alumbrar estas tierras, que tuvieron que esperar 38 años más, hasta la instalación de la UNELCO. Otro tanto ocurrió con la red de distribución del agua potable que no llegó hasta 1964; y así numerosos olvidos, que llevó a muchas familias a cerrar sus casas y emigrar. De esta manera, El Escobonal, que en el censo de 1940 era el 10º núcleo de población de Tenerife, con 2.306 habitantes, sufrió la triste despedida de los suyos, ello se extendió a toda la comarca de Agache, que si bien a principios del siglo XX llegó a representar el 40% de la población del municipio de Güímar, hoy, un siglo después, solo representa el 10% del término municipal.
     Por ello, Tavi me decía que su tierra estaba bien representada en los siguientes versos del poema de Fernando Gracía Ramos “Romance del éxodo”: “¿Pero quien tiene la culpa / de que esté desierto el campo, / de que el labrador parezca / alma que se lleva el diablo? / Casas vacías acusan / claman vacíos establos. / Que por no quedarse nadie, / hasta el eco se ha marchado”.
     Afortunadamente al finalizar la década de los setenta, El Escobonal se subió al carro de la modernidad. En nuestras citas amorosas de aquella época, recuerdo cuando me contaba sus constantes discusiones en los ocho años que estuvo como concejal y como, en plenos y comisiones, tenía que convencer a sus compañeros de las necesidades de su pueblo y de la deuda histórica que con él tenía el municipio. Así fue cambiando esta tierra, dando un salto inmenso para equipararse a los demás barrios de Güímar y hacer que sus vecinos se sintieran atendidos: sus veredas y caminos se ensanchaban y asfaltaban, inicialmente gracias a la aportación de los vecinos y el ayuntamiento, y luego, tras una dura lucha reivindicativa con la administración para incorporarse a la Comarca de Acción Especial de Arico y Fasnia, pues en principio se ponía pegas a la inclusión de Agache, al no ser municipio, sino una parte de Güímar; pero finalmente se logró convencer al Cabildo de que era justo su inclusión y a partir de ahí llegarían mejoras en asfaltado, distribución de agua potable, la electrificación y alumbrado en zonas a las que estos servicios no llegaba.
     A este programa se sumarían otras acciones que mejoraría la vida económica y social de este pueblo. Así su surtidor se transformaba en una gasolinera, su botiquín en una farmacia, se colocaron cabinas telefónicas, se instaló la consulta médica permanente, se creó la oficina delegada del ayuntamiento para que los vecinos realizaran sus diligencias; se remodeló la plaza; se consiguió que el ayuntamiento subvencionase a la Biblioteca del Tagoror, para seguirla dotando de fondos y contar con una persona que la abriese.          También en esa época comenzó a edificarse el nuevo colegio, se adquirieron los terrenos para el Centro Cultural en el que nos encontramos, aunque su construcción fue posterior; se compraron los terrenos y se diseñó el parque de la Hendía, que tuvo que esperar muchos años más para ver la luz, pero que hoy embellece al pueblo.
     Me pareció meritoria la lucha que llevó junto a un reducido grupo de amigos a finales de los setenta por crear el Tagoror Cultural de Agache, y como desde él, se fomentaba y sembraba el respeto y el orgullo por la propia historia de la Comarca. Con la fundación de su museo y su biblioteca se completaban el espectro cultural y social existente, junto al Teleclub Géminis y el Cine/ salón de baile de Cheo.
La creación de esta biblioteca para el pueblo, fue una lucha titánica, pues recuerdo que me contaba que solicitaba libros a sus profesores o a instituciones públicas y al principio los iba a buscar en guagua o auto stop, hasta en una ocasión le llovió y se empapó, pues solo le preocupaba proteger las bolsas de libros.
     Me contaba como recorrían todos los barrancos, buscando restos guanches en las cuevas o pidiendo a los vecinos utensilios en desuso con el fin de crear el museo arqueológico y costumbrista. Pero lo lograron, el Tagoror hoy es un referente de la vida cultural y social de este pueblo, y así lo asumen con orgullo las nuevas generaciones que han recogido el relevo, muestra de ello es lo que pregonan en las redes sociales en estos días, y como, bajo el lema “Yo apoyo la cultura en Agache”, han ido recogiendo el apoyo de personajes relevantes del mundo de la cultura como Imanol Arias, Rogelio Botanz, Kakó,... , lo que sin duda potencia favorablemente la autoestima de los escobonaleros y de todos los agacheros.
     De igual manera fue en esa década de los setenta cuando comenzó una nueva forma de entender las Fiestas: se rescató el entierro de la sardina, las Fiestas patronales desbordaban el programa de un pueblo pequeño: se organizaron las recordadas Ferias de Artesanía; se incorporó la semana Cultural, con conferencias, cine, teatro, exposiciones de pintura; así como el Festival artístico, con actuaciones destacadas; como muestra de ello en 1984, hace 33 años, El Escobonal ya tuvo a Pedro Guerra en su escenario y también en esa ocasión acompañado como telonero por un artista del pueblo, nuestro querido Benjamín. Aprovecho la ocasión para felicitar una vez más a todos los implicados en el festival del pasado sábado, un gran trabajo de los organizadores: El Tagoror y la Comisión de Fiestas, así como los teloneros, dos grupos musicales del pueblo; una vez más han demostrado la gran capacidad de trabajo y el buen hacer de este pueblo organizando un festival de esta envergadura.
     Esos acontecimientos que he recordado, gran parte los viví en directo, pues de su mano recorrí sus paisajes naturales, a los que dedicó su tesis doctoral, bailé en el cine de Cheo, fui a las luchadas en el anterior terrero, viví sus Fiestas, sus verbenas, el encuentro en el monte por el día de Agache,... Pero, sin lugar a dudas, lo más importante que nos sucedió juntos fue el nacimiento de nuestros dos grandes amores: nuestros hijos Romén y Béntor. Romén casi nace en la Tambora de Arriba, en la casa que le alquilamos a Manolo y Ermendina, pues allí rompí aguas y salimos para el hospital, mientras que Béntor nació a escasas horas de salir de la vivienda de maestros de la Plaza, con destino a una revisión ginecológica que se convirtió en su nacimiento.
     Por eso les decía que a esta tierra le debo mi felicidad: tres de los hombres más importantes de mi vida son escobonaleros. Y por si esto fue poco, a estos sucesos tan personales y sentimentales se suma mi destino como maestra propietaria en el Colegio Público Agache en el que viví una ilusionante etapa profesional, mis mejores años, en esa edad vital en que lo damos todo; desde el curso 1991/92 al curso 2005/06, en total 15 años, de ellos 10 muy comprometidos, pues asumí de forma directa cargos directivos.
     En los pasados meses de mayo y junio, a través de la página de facebook del Colegio volví a revivir esas ilusiones, cuando vi su participación en el Festival Educativo de Cine. El primer corto, “Tiempos de sombra”, me pareció genial, me emocioné, empecé a enviar el enlace a mis compañeros actuales, a amigos y familiares, pidiendo que marcasen la última estrella; luego lo mismo con el 2º corto, “El sueño de Iris”. Por ello sentí una gran alegría cuando recibieron los dos premios: 2º premio de cortos y 1º premio a la dirección. Por si esto nos parecía poco, llegó un premio más, de la V Muestra Certamen de Cine Educativo de Agaete, Gran Canaria: 2º premio para: «El lenguaje del viento». Todos sabemos que es una labor del equipo de profesores con el que cuenta el centro, del alumnado y los familiares implicados, pero de entre todos ellos, hoy quiero destacar a los tres maestros escobonaleros, con los que tuve la suerte de trabajar hace años: Chari, esa mano fundamental en la dirección y el guión, Benjamín, el hombre de la música, y Gabriel, mi compañero de equipo y conocido actor.
     Esos premios constituyen el mejor pregón y el regalo perfecto en estas simbólicas bodas de plata del actúal edificio del Colegio, del que este año se cumple el 25 aniversario, como recordaba nuestro Cronista en el Programa de las Fiestas de San Pedro 2017.

     Como les decía, todo este proceso revivió algo muy profundo en mi interior, y así, de una manera sutil, volví a revivir la ilusión con que trabajé en este Centro, y a recordar tantos momentos de lucha, de alegrías... Por ello, cuando me senté a escribir, busqué entre mis carpetas los numerosos artículos de periódicos y revistas, que recogían los momentos más importantes que vivimos en el Colegio en aquella época y que, también por ese entonces, cruzaron la Ladera y el Barranco de Herques para pregonar el buen hacer de estas tierras lo que a la vez nos servía de estímulo y elevaba la autoestima de toda la Comunidad Educativa y vecinal, que se sentía orgullosa de su Colegio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario