Miembros de la corporación municipal y de la comisión de fiestas,
señoras, señores, queridos amigos, buenas tardes a todos.
Cuando
fui invitada por la presidenta de la Comisión de Fiestas de San José
a ser su pregonera, me sentí muy halagada, pero consciente de que no
era merecedora de tan importante cometido. A pesar de ello tuve la
osadía de aceptar movida por la felicidad y el amor que esta tierra
había dado a mi vida y a la que ahora tenía la oportunidad de darle
las gracias, poniendo mi humilde voz para pregonar sus fiestas, sus
valores y la lucha constante de sus vecinos por el progreso de su
tierra.
Mi
primer encuentro con estas tierras fue en mi adolescencia, cuando mi
madre y yo acompañábamos a mi padre, que utilizaba este tramo de la
Carretera General del Sur para hacer prácticas, tras su recién
sacado carné de conducir. Lo que no imaginaba yo es que, unos años
después, este lugar me atraparía para siempre.
También
recuerdo de esa época a mis compañeros de El Escobonal, con los que
compartí aula en el Instituto “Mencey Acaymo”: José Marrero,
Cándida Hernández y Roberto Chico con los que he vuelto a reanudar
la amistad, pero también vienen a mi memoria Silvio Vicente y Manuel
Benítez con los que no he vuelto a coincidir.
Pero
fue a comienzos de la década de los ochenta cuando comenzó mi
idilio con esta tierra, me enamoré de su historia, sus personajes,
su naturaleza, su lucha diaria por sumarse a la modernidad. El
culpable de este enamoramiento es Tavi, el hombre con quien desde
entonces comparto mi vida. De su mano empecé a conocer cada detalle
de esta su tierra, no paré de leer tantos artículos que había
escrito y seguía escribiendo; desde el origen orgulloso de los
gentilicios agachero, chimajero, hasta sus tradiciones, de los restos
aborígenes a los personajes más conocidos: José Delgado Trinidad,
responsable de adjudicar a este pueblo el patronazgo cristiano del
santo de su nombre, al ceder los terrenos de Cano para construir la
primera ermita de San José; otros tan destacados como Cho Cirilo,
que hacía la magia de tocar simultáneamente tambor y flauta al
ritmo del tajaraste, y que en torno suyo danzaran los niños
entrelazando las cintas de colores que partían de lo alto del palo
que otros muchos escobonaleros sostuvieron como símbolo de su tierra
y que orgullosamente sigue en pie. La afamada Josefina Marrero, con
su prodigiosa voz, que llegó a cantar en la Península, y, de haber
nacido en esta época de oportunidades para la mujer, hubiese llegado
muy alto. El prestigioso practicante Miguel Delgado, profesional de
gran prestigio en estos sures; además personajes ligados a la
religión católica como Juan de Castro Baute, quien llegara a ser
párroco de Fasnia y cargo eclesiástico de la catedral de La Laguna,
como se recuerda en la placa de su antigua casa; destacados puntales
de lucha canaria que entonces, al igual que ahora nuestros recientes
campeones/as regionales, tanto en la categoría femenina como
masculina, han pregonado con orgullo el nombre de su tierra. Sus
rondallas, sus orquestas y los Casinos que tuvo el pueblo desde los
comienzos del siglo XX hablan de su inquietud así como de su
desarrollo cultural y social. De igual forma, el contar con su propia
Federación obrera y agrupaciones políticas en plena República,
deja claro el empuje reivindicativo de un pueblo. Y que mejor testigo
de esa lucha, que el paisaje que dejaron sus hombres y mujeres
labradores de estas tierras que han luchado por sacar adelante a los
suyos, roturando los lomos que entre barrancos se levantan y donde
con sudor y tesón han creado sus famosas cuevas viviendas, los
canteros en bancales y las galerías de agua, transformando
armoniosamente su tierra para obtener el sustento de los suyos,
actividad agrícola que completaban con el ganado, dando fama a los
quesos de Frías. Esta tarea cotidiana se completaba con trabajos
artesanales de modo que carpinteros, costureras, panaderas,
albañiles, caladoras,... entre todos hicieron posible la vida en los
pueblos hasta bien avanzado el siglo XX.
Me
enteré de sus tres intentos de independencia del ayuntamiento de
Güímar, ya que la contribución de su potencial humano y económico
de entonces no se correspondía, proporcionalmente, con la atención
que recibía del gobierno municipal, tardando muchas décadas en
hacer llegar a estas tierras lo que la cabecera municipal ya tenía;
así, mientras los vecinos del casco de Güímar ya contaban con luz
eléctrica desde 1929, en que entra en funcionamiento la Central
Hidroeléctrica, ésta nunca llegó a extender su cableado para
alumbrar estas tierras, que tuvieron que esperar 38 años más, hasta
la instalación de la UNELCO. Otro tanto ocurrió con la red de
distribución del agua potable que no llegó hasta 1964; y así
numerosos olvidos, que llevó a muchas familias a cerrar sus casas y
emigrar. De esta manera, El Escobonal, que en el censo de 1940 era el
10º núcleo de población de Tenerife, con 2.306 habitantes, sufrió
la triste despedida de los suyos, ello se extendió a toda la comarca
de Agache, que si bien a principios del siglo XX llegó a representar
el 40% de la población del municipio de Güímar, hoy, un siglo
después, solo representa el 10% del término municipal.
Por
ello, Tavi me decía que su tierra estaba bien representada en los
siguientes versos del poema de Fernando Gracía Ramos “Romance del
éxodo”: “¿Pero quien tiene la culpa / de que esté desierto
el campo, / de que el labrador parezca / alma que se lleva el diablo?
/ Casas vacías acusan / claman vacíos establos. / Que por no
quedarse nadie, / hasta el eco se ha marchado”.
Afortunadamente al finalizar la década de los setenta, El
Escobonal se subió al carro de la modernidad. En nuestras citas
amorosas de aquella época, recuerdo cuando me contaba sus constantes
discusiones en los ocho años que estuvo como concejal y como, en
plenos y comisiones, tenía que convencer a sus compañeros de las
necesidades de su pueblo y de la deuda histórica que con él tenía
el municipio. Así fue cambiando esta tierra, dando un salto inmenso
para equipararse a los demás barrios de Güímar y hacer que sus
vecinos se sintieran atendidos: sus veredas y caminos se ensanchaban
y asfaltaban, inicialmente gracias a la aportación de los vecinos y
el ayuntamiento, y luego, tras una dura lucha reivindicativa con la
administración para incorporarse a la Comarca de Acción Especial de
Arico y Fasnia, pues en principio se ponía pegas a la inclusión de
Agache, al no ser municipio, sino una parte de Güímar; pero
finalmente se logró convencer al Cabildo de que era justo su
inclusión y a partir de ahí llegarían mejoras en asfaltado,
distribución de agua potable, la electrificación y alumbrado en
zonas a las que estos servicios no llegaba.
A
este programa se sumarían otras acciones que mejoraría la vida
económica y social de este pueblo. Así su surtidor se transformaba
en una gasolinera, su botiquín en una farmacia, se colocaron cabinas
telefónicas, se instaló la consulta médica permanente, se creó la
oficina delegada del ayuntamiento para que los vecinos realizaran sus
diligencias; se remodeló la plaza; se consiguió que el ayuntamiento
subvencionase a la Biblioteca del Tagoror, para seguirla dotando de
fondos y contar con una persona que la abriese. También en esa época
comenzó a edificarse el nuevo colegio, se adquirieron los terrenos
para el Centro Cultural en el que nos encontramos, aunque su
construcción fue posterior; se compraron los terrenos y se diseñó
el parque de la Hendía, que tuvo que esperar muchos años más para
ver la luz, pero que hoy embellece al pueblo.
Me
pareció meritoria la lucha que llevó junto a un reducido grupo de
amigos a finales de los setenta por crear el Tagoror Cultural de
Agache, y como desde él, se fomentaba y sembraba el respeto y el
orgullo por la propia historia de la Comarca. Con la fundación de su
museo y su biblioteca se completaban el espectro cultural y social
existente, junto al Teleclub Géminis y el Cine/ salón de baile de
Cheo.
La creación de esta biblioteca para el pueblo, fue una lucha
titánica, pues recuerdo que me contaba que solicitaba libros a sus
profesores o a instituciones públicas y al principio los iba a
buscar en guagua o auto stop, hasta en una ocasión le llovió y se
empapó, pues solo le preocupaba proteger las bolsas de libros.
Me contaba como recorrían todos los barrancos, buscando
restos guanches en las cuevas o pidiendo a los vecinos utensilios en
desuso con el fin de crear el museo arqueológico y costumbrista.
Pero lo lograron, el Tagoror hoy es un referente de la vida cultural
y social de este pueblo, y así lo asumen con orgullo las nuevas
generaciones que han recogido el relevo, muestra de ello es lo que
pregonan en las redes sociales en estos días, y como, bajo el lema
“Yo apoyo la cultura en Agache”, han ido recogiendo el
apoyo de personajes relevantes del mundo de la cultura como Imanol
Arias, Rogelio Botanz, Kakó,... , lo que sin duda potencia
favorablemente la autoestima de los escobonaleros y de todos los
agacheros.
De igual manera fue en esa década de los setenta cuando comenzó una nueva forma de
entender las Fiestas: se rescató el entierro de la sardina, las
Fiestas patronales desbordaban el programa de un pueblo pequeño: se
organizaron las recordadas Ferias de Artesanía; se incorporó la
semana Cultural, con conferencias, cine, teatro, exposiciones de
pintura; así como el Festival artístico, con
actuaciones destacadas; como muestra de ello en 1984, hace 33 años,
El Escobonal ya tuvo a Pedro Guerra en su escenario y también en esa
ocasión acompañado como telonero por un artista del pueblo, nuestro
querido Benjamín. Aprovecho la ocasión para felicitar una vez más
a todos los implicados en el festival del pasado sábado, un gran
trabajo de los organizadores: El Tagoror y la Comisión de Fiestas,
así como los teloneros, dos grupos musicales del pueblo; una vez más
han demostrado la gran capacidad de trabajo y el buen hacer de este
pueblo organizando un festival de esta envergadura.
Esos acontecimientos que he recordado, gran parte los viví en
directo, pues de su mano recorrí sus paisajes naturales, a los que
dedicó su tesis doctoral, bailé en el cine de Cheo, fui a las
luchadas en el anterior terrero, viví sus Fiestas, sus verbenas, el
encuentro en el monte por el día de Agache,... Pero, sin lugar a
dudas, lo más importante que nos sucedió juntos fue el nacimiento
de nuestros dos grandes amores: nuestros hijos Romén y Béntor.
Romén casi nace en la Tambora de Arriba, en la casa que le
alquilamos a Manolo y Ermendina, pues allí rompí aguas y salimos
para el hospital, mientras que Béntor nació a escasas horas de
salir de la vivienda de maestros de la Plaza, con destino a una
revisión ginecológica que se convirtió en su nacimiento.
Por
eso les decía que a esta tierra le debo mi felicidad: tres de los
hombres más importantes de mi vida son escobonaleros. Y por si esto
fue poco, a estos sucesos tan personales y sentimentales se suma mi
destino como maestra propietaria en el Colegio Público Agache en el
que viví una ilusionante etapa profesional, mis mejores años, en
esa edad vital en que lo damos todo; desde el curso 1991/92 al curso
2005/06, en total 15 años, de ellos 10 muy comprometidos, pues asumí
de forma directa cargos directivos.
En
los pasados meses de mayo y junio, a través de la página de
facebook del Colegio volví a revivir esas ilusiones, cuando vi su
participación en
el Festival
Educativo de Cine. El
primer corto, “Tiempos
de sombra”, me
pareció genial, me emocioné, empecé a enviar el enlace a mis
compañeros actuales, a amigos y familiares, pidiendo que marcasen la
última estrella; luego lo mismo con el 2º corto, “El
sueño de Iris”. Por
ello sentí una gran alegría cuando recibieron los dos premios: 2º
premio de cortos y 1º premio a la dirección. Por
si esto nos parecía poco, llegó un premio más, de
la V Muestra Certamen de Cine Educativo de Agaete, Gran Canaria:
2º
premio para: «El
lenguaje del viento».
Todos sabemos que es una labor del equipo de profesores con el que
cuenta el centro, del alumnado y los familiares implicados, pero de
entre todos ellos, hoy quiero destacar a los tres maestros
escobonaleros, con los que tuve la suerte de trabajar hace años:
Chari, esa mano fundamental en la dirección y el guión, Benjamín,
el hombre de la música, y Gabriel, mi compañero de equipo y
conocido actor.
Esos
premios constituyen el mejor pregón y el regalo perfecto en estas
simbólicas bodas de plata del actúal edificio del Colegio, del que
este año se cumple el 25 aniversario, como recordaba nuestro
Cronista en el Programa de las Fiestas de San Pedro 2017.
Como
les decía, todo este proceso revivió algo muy profundo en mi
interior, y así, de una manera sutil, volví a revivir
la ilusión con que trabajé en este Centro, y a recordar tantos
momentos de lucha, de alegrías... Por ello, cuando me senté a
escribir, busqué entre mis carpetas los numerosos artículos de
periódicos y revistas, que recogían los momentos más importantes
que vivimos en el Colegio en aquella época y que, también por ese
entonces, cruzaron la Ladera y el Barranco de Herques para pregonar
el buen hacer de estas tierras lo que a la vez nos servía de
estímulo y elevaba la autoestima de toda la Comunidad Educativa y
vecinal, que se sentía orgullosa de su Colegio.
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