domingo, 24 de julio de 2016

Uvas, tomates y papas

 Como sentido homenaje a mis padres intentaré hacer memoria de su duro trabajo diario, especialmente mi madre que era la más entusiasta.
  Me temo que las fases de cada actividad  y los términos correspondientes puedan no ser del todo exactos, pues éstas conversaciones se remontan a cuarenta años atrás en que yo estaba pendiente de lo que contaban mis padres y no pretende ser un estudio de la agricultura de esa época, nada más lejos de mi intención, solamente es poner en alza el duro trabajo de aquella generación, en especial de mis padres. 

1.- 
LA UVA: tenían mis padres diversas variedades: principalmente  forasteras, "Negra muelle" o negramoll, una o dos parras de moscatel, y las conocidas por uva blanca o negra, que creo corresponde a la variedad listán blanca o negra.
  Los parrales ocupaban los laterales de las huertas donde las horqueta sostenían  el trenzado de alambres donde descansaban, ahí cumplían año tras año el ciclo vital apoyadas por la intervención del agricultor: riego, poda de sarmientos aprovechando la luna adecuada, despampanar, alzar la parrar en sus horquetas,  amarrar las parras ayudados de la rafia , raspar la hierba  de las "carreras" y en la penúltima etapa quitar algunas hojas para que el fruto coja sol y se ponga dorado y finalmente recoger los racimos e ir limpiándolos, quitando los vagos que no prosperaron debidamente o que se habían pasado, pues en mi casa la mayor parte la destinaban a la venta como "uva de mesa" y una pequeña cantidad para "encerrar", elaborando el vino rosado, mezcla de uva blanca y negra que se destinaba, principalmente, para brindar a alguna visita o añadir a salsas y compuestos, pues mi padre no lo consumía. No obstante en mi pueblo siempre hubo y hay muy buenos bodegueros con exquisitos vinos.
  Recuerdo de pequeña ir al lagar de nuestro vecino Abel, participar en el repisado de la uva, salir con las piernas empegostadas del mosto. Tal vez mis recuerdos más nítidos de lo que son  los detalles del lagar procedan de la casa de tío Fernando, hermano de mi abuela materna, en donde tantas veces jugué con sus nietas. Me viene la imagen de como se quedaban los vagos prensados bajo las duras tablas que presionaba la viga que articulada con precisión recibía el impulso de la piedra del lagar y de esa manera terminaban extrayendo lo que quedaba. El mosto repisado salía a la "tina" o pequeña tanquilla anexa, desde donde se pasaba a los barriles para ser vertidos en los cascos.
 Mi padre como hacía poca cantidad en ocasiones hasta usó como lagar la antigua y ancha pila de lavar que hubo en mi casa.
  Esta actividad también suponía que unos días antes el patio de nuestra casa estuviera ocupada por los cascos o barricas que por entonces eran de madera, para mojarlos y tenerlos siempre cubiertos de agua por encima, con tiempo suficiente para que se "hinchara" o hidratara. Luego lavarlos con esmero, quemarles dentro una pequeña mecha de azufre que asegurara su higiene. Y serían devueltos al sótano/bodega para que recibieran el mosto, y, en la oscura tranquilidad del casco, las levaduras que desde la piel de la uva pasaron a formar parte del mosto, catalizaban la fermentación alcohólica, proceso que nosotros percibíamos en el aroma inconfundible que cogía nuestra casa: "el mosto estaba hirviendo".
 Después habría que trasegarlo a otro casco para eliminar las madres o sedimentos y así ir vigilando su aclarado hasta que estuviera terminado, aunque siempre requeriría el mimo constante controlando que no se "enfriara" manteniendo los grados correspondientes. Ante ese temor, mi padre añadía un poquito de alcohol y luego le convencieron de añadir un producto químico llamado conservol (creo que se referían al metabisulfito). 
  También me suena que periódicamente  ponía una nueva mecha de azufre en la boca del casco, para desinfectar de lo que podía entrar tras las múltiples veces que se destaponaba para con la fina manguerita y fonil  en mano, llenar las botellas para tener en la cocina.

Recuerdo con mucho cariño que mi padre, que valoraba mucho las uvas moscatel, siempre me traía su primer racimo como regalo.
Aprovechando el tema del vino, me viene a la memoria la actividad de la venta  a escala insular de este producto. Se dedicaron a ello: Óscar, Andrés, Nando,...  Por entonces surgió una polémica entre los que vendían vino de bodegas araferas (vino del país) y otros que además vendían el comprado fuera, a la  empresa o cooperativa  " La Vinícola Tinerfeña" que existía por aquella época y en la que trabajaron mis tíos Eladio y Seo, el primero de conductor de sus camiones y el segundo de ayudante. El comercio con la Vinícola suscitaba mucho enojo en nuestros cosecheros del vino, porque se temían que se mezclara y se vendiera enmascarado como "del país"  lo que repercutiría en mal prestigio para sus vinos, pues decían que en la Vinícola le añadían al vino ciertos productos, imagino que serían conservantes, pero la frase que corría por las calles era "que lo hacían con polvos, que eso no era vino".
Igualmente me viene a la memoria la figura del tonelero. De aquellos años recuerdo a: Martín el de Nena,Virgilio, Goyo el de Clara Luz ,... reparaban los desajustes de las duelas de los viejos cascos o colocaba nuevos aros metálicos e incluso de ver a mi padre rodando el casco por la calle. Ahora empiezan a coger auge los herméticos depósitos metálicos y la discusión entre partidarios y detractores 
Hoy mi pueblo puede presumir de tener ubicado en su suelo la Bodega Comarcal donde se da salida a la uva producida en la zona, y un reducido grupo de Bodegas particulares de calidad, que han vuelto a dar fama al nombre de Arafo.
2.- Siembra de "TOMATEROS", en masculino como les decíamos en mi casa, en vez de tomatera. 
Comenzaba mi padre con la extracción de semillas del tomate maduro y puestas al aire para secar y luego las conservaba guardándola en una botella de cristal. Cuando tocaba la época, hacía el semillero en casa para tenerla a mano y regarla constantemente, para ellos utilizaba aquellas alargadas cajas de madera, específicas para transportar tomates, y cuyas tablillas se sujetaban con una banda metálica. Tras llenarlas de tierra esparcía las semillas y cubría con otra capa de tierra tapando este semillero con un saco que siempre permanecería húmedo para por un lado, regarla sobre del mismo  lo que evitaría que el agua socavara la tierra y dejara expuesta al aire  la semilla y por otro para que los pájaros no hurgaran y se las comieran.
  Mientras crecían, mi padre preparaba la huerta debidamente: regarla o "resfriarla",  arar el terreno de siembra, antes de tener arado de motor, pagaba a algunos vecinos que se dedicaban a ello con su caballo o mula y su arado, recuerdo primero a Pedro el de Pruda, y luego Pepito el de Doris, pero habían otros hombres del pueblo que también realizaban estos trabajos o incluso usaban sus bestias para cargas de escobones recogidos en la zona alta y posterior venta a los interesados para su ganado doméstico. Me quieren sonar Domingo el de Julia en El Volcán, Silverio el de Nina,... Con la invención tecnológica, también los animales, compañeros de la vida agrícola fueron sustituidos por los vehículos y por los arados de motor, de hecho burros y mulas están casi en extinción, solo se mantiene el elegante caballo o su compañera la yegua, como un lujo para dar un paseo y practicar la equitación. ¡Una vez más nos adaptamos a los tiempos!. 
 Volviendo a los tomates, cuando germinaran y las plantitas llegaban a alcanzar los centímetros adecuados, estarían preparadas para llevar a sembrar en las líneas de surcos que cruzaban el cantero, trabajo que hacían conjuntamente mis padres.
  Desde allí serían protegidas y vigiladas con el mimo debido, a medida que cada planta crecía se amarraba su débil tallo a la primera caña que paralelo al surco y a unos 15 cm del suelo se sujetaban a las latas o palos que enterradas en ambos extremos del surco formaban  las llamdas  "burras" y otros cruzados (cruceros) a lo largo de él y atados entre si, harían de columna sustentadoras. Era a mi madre a quien le tocaba este duro trabajo de estar agachada amarrando planta a planta con el trocito de rafia que cogía del manojo que previamente había cortado y preparado y que ella ataba a su faldón, para tenerlo a mano.
 Cada vez que el tallo crecía se cruzaba una nueva caña  a 15 ó 20 cm por arriba de la anterior y sujeta a los mismos pilares o burras  para ser amarrada. 
 Continuaba el trabajo con deshijar el exceso brotes o chupones de la planta, y así las ramas que se salvaron de la necesaria exterminación, pudieran recibir el sustento con el que cuidar las flores y sus sucesores los frutos.
  Mi padre estaría vigilante para azufrar a través de los poros de un saco; pues este azufre debía evitar que le "cayera enfermedad" como era el oidio, hongo que ataca este cultivo o de sulfatar, máquina en mano, con los plaguicidas o genéricamente llamados fosfernos y acabar con las plaga que amenazaban a la cosecha. Así mismo requería el riego periódico.
 Cuando ya "estaban dando" se iba a recoger el fruto dos o tres veces a la semana, por un lado los hermosos tomates entre verde -rojizo y duros para que llegasen turgentes al mercado exterior,  y por otro los más pequeños o los que habían madurado en exceso y que tendrían un viaje y precio más modesto.
   Terminado el ciclo tocaba arrancar  palos y cañas, y como todo final el suelo recogía el esqueleto de lo que fue la plantación.





  



3- Plantando PAPAS 

 A lo largo del año se hacían varias siembras, pues éstas pierden sus óptimas condiciones pasados unos meses y a pesar que en casa al principio contábamos con una fresca cueva de tosca o pumita, luego entullada porque había que asfaltar el callejón vecinal bajo el que se situaba, aún así el tubérculo comenzaba a germinar y esos “grelos” hablaban por si mismos del comienzo de un nuevo ciclo y muchas pasaban al comedero del ganado doméstico.
   Comenzaba cada siembra con la compra de las papas de semilla a Evaristo principalmente King Edward y Up to date. Luego era mi madre quien sentada en una silla en el patio de mi casa, procedía a trocearlas dejando al menos dos o tres "ojos" o yemas de germinación en cada parte, para después dejarlas extendidas sobre sacos al aire, pero a resguardo de una posible lluvia, y así esos cortes cicatrizasen, para aligerar este proceso, mi padre espolvoreaba sobre ellas el grisiento cemento que se usaba para edificar.
    Pasados los días recomendados y ya con el terreno "resfriado" (regado) y arado, sembraban la cosecha: mi padre, "guataca" (azada o sacho) en mano, abría el surco, y mi madre colocaba cada trozo de papa separados unos 15 cm luego mi padre las tapaba con tierra y abría al lado un nuevo surco y así sucesivamente. En un principio acostumbraban a acompañar cada trozo de papa con un puñadito de abono, el llamado guano, pero luego los consejos de entendidos aconsejaron el abonado del cantero previo a la siembra. 
    En esta actividad alguna vez les acompañamos.
    Mientras el ciclo vital se desarrollaba, le esperaban  meses de vigilancia: regado cuando se estimaba oportuno, sulfatado para combatir “la enfermedad que les caía”, había que mantener a raya hongos y bacterias que acechaban a este cultivo, arrendar o sachar las papas cuando la rama iba creciendo y para sostenerla había que arrimarle tierra alrededor, enguanarlas nuevamente y raspar las malas hierbas que de las múltiples semillas traídas por el viento crecían en el húmedo surco compitiendo con el cultivo por el abono.
   Pasados los tres o casi cuatro meses que podían durar su desarrollo, llegaba el día de “coger la papas”. Mi padre cababa en la tierra con cuidado a no cortar las papas y sacudiendo las ramas se desprendían los múltiples tubérculos que surgieron de cada una, detrás mi madre iba recogiéndolas en su cesto de caña, que tras completarlo vaciaba en el saco. Alguna veces ayudamos en este día, me recuerdo acompañando a mi madre en la recogida, de más pequeña me tocaba solo ir detrás recogiendo los desperdicios o sea las papitas pequeñas que no se podían vender y por tanto no se mezclaban con las grandes, pero se aprovechaban para freír papitas enteras, componerlas o aprovecharlas para los caldos.
  Frente a otros jóvenes de mi edad que tenían que ayudar en los trabajo agrícolas, yo reconozco que mis padres intentaban hacerlo ellos solos y no quitarme tiempo del estudio o que llegase cansada sin ganas de estudiar, pues la ilusión de los dos y para mi padre más bien obsesión, era que saliéramos preparados para encontrar un trabajo mejor pagado.¡creo que no los defraudamos!.


Candelaria, a 16 de julio de 2016

3 comentarios:

  1. Me ha encantado la descripción minuciosa del cultivo familiar estos tres productos tan vinculados a Canarias, con todas esas expresiones y términos relacionados con cada uno de ellos, que seguramente son propios de las islas, e incluso (supongo) araferos exclusivamente :). Gracias por compartir todos esos recuerdos familiares (se te ve emocionada cuando mencionas a tus padres). Qué bien que dejes constancia de todo esto :)

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  3. Es un desnudarme con mucho orgullo de mis orígenes, tu me conoces.

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