lunes, 29 de agosto de 2016

Las Fiestas endulzadas con truchas, rebanadas y bizcochón



  





  LAS FIESTAS y CELEBRACIONES: momentos de cultura, ocio y encuentro vecinal y familiar

  Navidad y Reyes: siempre han sido fiestas familiares, comenzaban unos días antes con la elaboración de truchas de almendra. Mientras vivió mi abuela las hicimos en La Morra, donde nos reuníamos un buen grupo. Mi abuela era la experta en preparar el hojaldre, la harina a la que le añadía, tras ser colada, un poquito de agua que había hervido con una cáscara de limón, unos granos de anís y una trocito de canela en rama y a todo ello le añadía un poquito de manteca y luego había que amasarla hasta el punto adecuado y forrarla en un paño para que no se secara Dar ese puntito exacto también lo lograría mi madre y le tocaría años después.
En el lebrillo se mezclaba “la masa”: con un número importante de yemas de huevos caseros, de los que mi abuela había estado reuniendo en una bandeja que guardaba en la mesa del poco usado comedor; unos kilos de almendras a los que previamente les habíamos quitado la cáscara, tras sumergirlas en un caldero de agua caliente; azúcar, unas pocas de galletas, unas cuantas batatas, pero no demasiadas, ¡Las nuestras eran truchas de almendra!; un chorito de licor como anís,  mejor el “del mono”, o de Maríe Brizard, unos granos de matalahuga o matalauva (semillas de anís, en grano),... 
Toda esta masa se molía en el mismo aparato que servía para moler la carne y tocino para los chorizos. Ellas cogían un poquito en la punta del dedo y paladeaban hasta descubrir que ingrediente se había quedado corto y había que volver a poner.
Cuando todo estaba preparado, las mayores cortaban trocitos de la harina amasada y con el rodillo o “canuto de madera” extendían la masa en una fina tira, y se colocaba la escudilla, provista de su pequeño pie o base, sobre la tira de harina y con el cuchillo se pasaría a su alrededor para desprender cada unidad. Estos círculos se separaban de la taza y se colocaban en la mesa previamente espolvoreada de una finísima capa de harina, para que no se pegase al hule y tampoco que se añadiera a la superficie del corte hecho. Luego nosotros la rellenábamos de la masa, cogiéndola del lebrillo con una cuchara y había que coger una cantidad razonable para que el comensal pudiera disfrutar de unos buenos bocados pero evitando pasarse ya que se “reventaban” en el momento de freírlas. Luego se unían los bordes del hojaldre y se sellaban presionando con un tenedor por los bordes, hubo un tiempo en que le hacían unos decorativos pinchacitos en la parte superior, para evitar que se abrieran, pero luego vieron más apropiado no hacerlo porque se salía elcontenido y ensuciaba el aceite caliente y había que colarlo demasiadas veces.
 A medida que se hacían se iban acumulando en el poyo que se cubría del famoso “papel vaso” o con manteles de tela y a su vez  también servirían para separar las sucesivas filas que se iban superponiendo. Cuando ya habíamos hecho una cantidad importante, mi madre empezaba a freírlas mientras los demás terminábamos de hacerlas. Ella pasaría las bandejas de truchas fritas a unas cajitas forradas con el papel vaso y de allí se repartían para todos y las de mi abuela quedarían guardadas en el comedor a donde acudiría a reponer la bandeja que por estas fechas siempre estaría en las mesa de la cocina. En el momento de comerlas solían espolvorear un poquito de azúcar por arriba.
También si sobraba harina, le ponían un poquito de zumo de naranja y hacíamos rosquetes, moldeando, con las manos limpias, esos tubitos de harina que se unían por los extremos, que luego tras freírlos se almibaban.


Otro momento importante de estas fechas era la llegada de los Reyes, no había Cabalgata pero teníamos la misma ilusión que los niños de ahora, aunque los regalos fuesen más modestos: un parchis familiar, un pijama, ropa interior, y para mi lo más importante era poder estrenar muñeca o cuando no, el vestidito nuevo que mi madre le había estado haciendo a mi antigua muñeca, luego para las niñas calderitos, para que fuéramos aprendiendo lo que se supone nos esperaba y para los chicos cochitos, bolsas con indios y vaqueros. Y en mi casa siempre acompañaban las bolsas de peladillas.


 Los Carnavales o Fiestas de invierno, como se llamaban en Canarias ya que oficialmente en aquellos tiempos de la dictadura estaban prohibidos en el país, me traen buenos recuerdos, pues mi tía siempre nos vestía con algún atuendo que guardaba en casa de mi abuela, en la cómoda del cuarto de dentro, nos pintaba unos bigotes quemando un tapón de corcho, aún puedo sentir su respiración cerca de mi cara mientras me pintaba, lógicamente siempre que hablo de mi tía es Concha, pues tía directa no tengo ni tuve otra. Luego nos ponía un antifaz y aunque nuestro recorrido era de El Barrero a la Morra, para mi era una gran cosa.
  También recuerdo asomarme a las ventanas traseras del casino y ver los animados bailes de máscaras y disfraces, aunque a veces era difícil, pues en ese callejón nos reuníamos muchos curiosos. Sin embargo del Centro no tengo imagen de esos bailes.
  Por estas fechas tanto mi abuela como mi madre siempre hacían torrijas o “rebanadas” que es como las llamábamos. Mojábamos la corteza de las rodajas de pan en un platito con vino y luego la sumergíamos completa en otro con leche y finalmente se bañaban en un preparado de huevo batido con rayaduras de limón y canela espolvoreada y listas para freír. Te las podías comer acompañadas de miel o de azúcar .
  Las Fiestas de la Cruz en el Aserradero, allí se levanta una capilla del siglo XIX destinada a la Cruz y en los años que yo describo los vecinos pedían por el pueblo y se celebraba una fiesta importante: se decoraba con banderitas y rosarios de luces, se hacía verbena con orquesta. Me gustaban mucho las carreras de sortijas con caballos, recuerdo entre los jinetes a Lucio el de Amalia, ya fallecido, Pedro el de Lito,.... En esas fiestas mi tío Pepe, que vivían al lado, montaba un ventorrillo en unos de los cuartos de la casa, al igual que lo hiciera mi abuelo Pepe en el pasado; Cho Pedro subía al Aserradero el carrito de las golosinas; venía hasta la turronera de Tacoronte.
carrera de sortijas
También recuerdo oír a mi abuela que estas fechas se endulzaban con el arroz con leche espolvoreado de canela.
 Por su puesto tanto en su casa como en la mía se enramaba una pequeña cruz de madera que se colgaba en un lugar destacado de la pared del patio.
  Ya hace muchos años que estas fiestas dejaron de celebrarse y se redujeron a actos religiosos y algunos fuegos artificiales.


  Las Fiestas de El Carmen en el Barrio del mismo nombre. Cuando llegaba julio era su turno. La capilla es relativamente reciente, de la juventud de mi madre, de hecho ella me contaba que antes, en esas fiesta, las familias también participaban de la decoración poniendo en sus ventanas, a modo de cuelgas, sus mejores bordados o bonitas colchas, aparte de las banderitas y arcos que se ponían por las calles.
  Yo recuerdo sus verbenas en la plaza en torno al kiosko, pues en aquella época de niñas bailábamos entre nosotras. Estas fiestas se han mantenido y han ganado prestigio con su gala.
  Las Fiestas patronales de San Juan Degollado
Fotografía compartida de la página de facebook
 Historia y Rincones de Arafo
 Comenzaban el Viernes último del mes de agosto con la cabalgata anunciadora: con los gigantes y cabezudos que tanto miedo me daban de pequeña, los jinetes del pueblo luciendo sus hermosos caballos, las majorettes infantiles, la Banda de Cornetas y Tambores, que venían de Sta Cruz, los acordes de alguna fanfarria y nuestras bandas, y lo mas llamativo las decoradas carrozas con las Reinas de cada Sociedad (Casino Unión y Progreso y Centro Cultural y de  Recreo) y la de Reina de las Fiestas y sus damas, que en un principio eran seleccionadas previamente por la Comisión de Fiestas sin celebrarse gala de elección, y que por este motivo años después se empezaba la Fiesta el jueves con esa gala y ya la reina pasaría a ser elegida por un jurado, lo único que la Cabalgata se mantuvo el viernes, aunque había perdido su papel de anunciadora. Hoy por nostalgia me apena que esa Cabalgata haya sido suprimida. El viernes continuaba con un corto acto de coronación de la reina en el escenario de la plaza y seguía con una animada verbena. Recuerdo que nosotras nos poníamos a bailar en la zona más próxima a la torre de la iglesia.
  El sábado de San Agustín era un día más bien tranquilo con acto religioso, algún encuentro deportivo amistoso en los que participaban los equipos locales y los invitados tanto en footbal, baloncesto y para éste último se improvisaba "una cancha" en el espacio comprendido entre  la iglesia y el Casino, donde se colocaban unas canastas. Al encuentro lucha, en el campo que se acondicionó por detrás del cine, nosotras no íbamos. 
   Otro año incluían un concierto o también lo que llamaban el coso de flores con vehículos engalanados y por la tarde y noche baile en ambas sociedades. Sin embargo pocos años después a la época de mis relatos, comenzó al celebrarse la Romería de San Agustín que ha pasado a ser el día más visitado de las Fiestas.
  El domingo era el día principal y había que estrenar ropa y zapatos. Además nuestras madres iban de peluquería y se hacían los recogidos de moda. Recuerdo las peluqueras de aquella época: Irlanda, Lalita, luego Siri,... y los barberos o peluqueros masculinos: Horacio el más mayor, Santiago, el otro Horacio Fariña, más joven,...Solo algunos hombres usaban el sombrero de salir "el de fieltro" (pues todos usaban el otro sombrero ya fuera de paja o de fieltro para evitar el sol en las faenas agrícolas).
 Tras la función religiosa, en el escenario de la plaza pues el antiguo kiosko para la banda había sido sustituido por una amplia fuente rodeada de rosales; era la hora del concierto de música de mediodía, que alternando cada año, le correspondía a una de las dos bandas del pueblo. Y por la tarde la Fiesta de Arte, presidida por la Reina de las fiestas, de los casinos y a veces la de los municipios vecinos; contaba con un mantenedor, algún rapsoda, nuestra coral y unas piezas musicales de la Banda que le tocaba ese año los actos principales. Por nuestra edad, para nosotros, era el día más aburrido y nos dedicábamos la tarde entre paseo y música.
  Por la noche procesión y fuegos artificiales  y luego baile en casinos para los mayores.
  El lunes de tarde, la Jinkama automovilística (o gincana) era lo más divertido, se realizaba entre la iglesia y las proximidades al casino. Participaban varias parejas, chico y chica jóvenes de aquella época, iban en un coche, que lógicamente conducía él, y tenían que parar en cada lugar donde había una prueba a superar, ganando el que menos tiempo tardaba en realizar todas las pruebas del circuito. Recuerdo que Tinino, hoy fallecido, solía lograrlo muchas veces.
 También había concurso infantil de trajes o disfraces. Baile de tarde en las sociedades para los mayores. Y de noche gran verbena en la plaza en la que sí participábamos con nuestro grupo de amigas y digo gran verbena porque en aquellos tiempos de faena agrícola no importaba que luego el martes fuera día laborable, ¡Era preceptivos para los vecinos!.
   Las Fiestas estarían acompañadas de las turroneras de Tacoronte, recuerdo que mi madre siempre me recordaba que le comprase turrones para llevarle a mi abuela; algún puestito de juguetes baratos, el fotógrafo con el caballito de cartón también venía algunos años, pues en esa pocas familias tenían cámara fotográfica, ¡parece la prehistoria si pensamos en que hoy los teléfonos móviles inteligentes, los smartphone, permiten hacer fotografías! Creo recordar  que algunas veces vino una pequeña noria,..
   Por su puesto en las casas esos días se mataban varios conejos, y gallinas para tener carne para celebrar las fiestas; no faltarían las sopas de gallina y el salmorejo de conejo con papas arrugadas; los dulces del pueblo: bizcochones, mantecados, piñas de almendra,...


   Otras festividades más bien de tipo religioso era El Corpus con sus alfombras desde la iglesia y por debajo en la llamada C/ Nueva. La Auxiliadora a la que mi madre le hacía una alfombra de pétalos delante de nuestra casa y la Semana Santa pues el miércoles, día del encuentro, en aquel entonces hacían recorrido por mi calle, El Barrero; La Concepción que mi abuela siempre encargaba un bizcochón pues primero por ser día de su madre y luego de su hija; Fátima por las calles de Aserradero y Lomo; San Juanito en la Viuda a la que acudí en alguna ocasión, tengo la impresión de que a la Romería de El Socorro empecé a ir algo más tarde, pero en la que siempre han participado los araferos...

   Otro día curios que recuerdo era la noche del 13 de agosto, que después de  cenar nos acercábamos a la plaza a ver cuantos romeros dormían bajo la  bouganville de la alameda, antes de terminar su peregrinación hasta Candelaria. 
   También bajaban vecinos del pueblo, unos caminando y otros en algunos de los camiones que habían en el pueblo y a los que engalanaban y habilitaban  detrás con unos tablones para asientos.
  Y una tradición especial era el día que se recordaba a los Difuntos (Día de Todos los Santos), que por aquel entonces era el único día del año en que se les iba a enramar y en esa época todos los difuntos de mi familia estaban en sepulcros en la tierra, pues después de sus fallecimientos habían comenzado los nichos de pared. Recuerdo que mi padre preparaba la corona arqueando un sarmiento o un alambre y mi madre la iba decorando con ramitos de crisantemos que ella había cultivado y que nosotros le íbamos cortando para que ella sujetara con la rafia hasta dejarlo todo cubierto , quedando una corona tan bonita como la de hoy en  una floristería.
     Como estas fechas coinciden con la recogida de las castañas, siguiendo la tradición, en mi casa siempre se tostaban para acompañar de un "fritango"o encebollado con trocitos de tocino y también se podían hacer guisándolas con unos granos de matalahúva o matalahúga .
    Cuando los mantenedores de las fiestas decían que "el pueblo hacía un alto en el camino para celebrar su festividad", me parecía la repetición de una frase hecha y no me paraba a pensar que efectivamente era eso, las fiestas eran el respiro periódico a la asfixiante vida de trabajo para subsistir. En aquel entonces no había un mes de vacaciones como ahora, en el campo se trabajaba todos los días de la semana de todos los meses del año y por eso, desde la noche de los tiempo, el humano buscó celebraciones laico/paganas o de credos para hacer ese alto en el camino, descansar, alegrarse, convivir con los vecinos, propiciar el noviazgo y de esas celebraciones surgen exaltaciones musicales, deportivas, gastronómicos, teatrales ... : ¡la cultura de los pueblos!. Pobre era aquel pueblo que no tenía sus propios grupos musicales, teatrales, pues no había dinero, ni facilidades para traer muchas actuaciones de grupos de otros lugares. Hoy con los medios de transporte y con el ocio como una actividad productiva económicamente, podemos hallar en la isla espectáculos procedentes de cualquier lugar del mundo. 
¡Aunque recordar el pasado es entrañable, afortunadamente la situación ha mejorado!. No obstante cada pueblo ha de mantener sus manifestaciones artísticas para aportar su contribución cultural a los demás.
   Dejo para otra ocasión un tercer relato sobre otras manifestaciones de encuentro, esparcimiento y cultura como las manifestaciones musicales, corales,  deportes, encuentros y competiciones de dominó y cartas en los bares del pueblo, teatro,... Siendo, de todas ellas, la música la seña de identidad de nuestro municipio.

Candelaria a 29 de agosto de 2016






domingo, 21 de agosto de 2016


Lugares de encuentro,  esparcimiento y cultura: casinos, cine, … (1968- 1973)



Fotografía que recoge el inconfundible escenario del Casino Unión y Progreso,
 obra del pintor arafero Andrés (El Zapatero), la fotografía es anterior a la
 época del relato pero es representativa de sus afamados bailes. (Ha sido tomada de 
la página de facebook de Historias y Rincones de Arafo).



    Bien es sabido que la comunicación y el trabajo en grupo es lo que hizo evolucionar a la especie allá en la noche de los tiempos y nuestros pueblos han sabido canalizar la comunicación a través del encuentro, siendo sus casinos, cines, clubs deportivos (lucha y footbal en esa época) fiestas, bandas de música, corales, grupos de teatro, orquestas, ... el medio para propiciarlo. Ahí el individuo aislado daba y recibía conocimientos y afectos.
   Dado la extensión que supondría tratarlos todos juntos, dejaré parte de ellos para otra ocasión.

    CASINO UNIÓN Y PROGRESO

    El Casino Unión y Progreso hoy con sus 110 años de historia demuestra la inquietud de un pequeño pueblo que en aquel entonces (año 1906) con escasamente 1.800 habitantes según las estadísticas, ya contaba con un ente social y cultural.
     De la época en que yo delimito mis relatos, recuerdo a la entrada, sentado en su sillita, a López, que ejercía de portero e iba por las casas cobrando “los recibos del casino”, pues prácticamente todos los vecinos eran socios, luego estaba la barra del bar o cantina y en un lateral a la derecha, se levantaba una pequeña escalera que conducía al pequeño cuartito, creo que ambas de suelo de madera, donde estaba la Televisión recién estrenada casi en los finales de los sesenta, el periódico, algunos libros, unas pocas de sillas y  alguna mesa para jugar a las cartas, la habitación tenía una ventana hacia la calle y una puerta con un balcón muy reducido que miraba hacia el salón principal. Abajo pasado la barra, el salón de baile que aún conserva su estructura original y a su lado el ambigú de este salón de baile, donde mi madre me contaba que de novios se sentaba a tomarse una copita de anís con mi padre, pues si bien a ella le encantaba bailar mi padre no era dado al ello; luego el ambigú pasó a ser la zona de control familiar donde se daba el visto bueno de con quien y con el decoro que debía bailar las joven de la familia ¡la estricta moral que se exigía a las mujeres de aquel entonces!. Luego sufrió modificaciones y sirvió para ampliar el salón de bailes y actos.
  Desde esa época se elegía una directiva que asumía, de forma altruista, la organización de bailes, actos,... de la sociedad . Para ello algunos socios  presentaban las candidaturas a la Junta General  y allí sería elegida por los restantes socios. En aquella época de la dictadura esto sería lo más que se aproximaba a unas elecciones democráticas con distintos candidatos, pero los elegidos trabajarían sin cobrar nada a cambio. También se presentaba a subasta  la cantina o bar, por esta época la regentaba Wenceslao (El Rubio) /Lupa .
   Lógicamente en ese época las mujeres no podían presentar candidatura, no tenían derecho a participar en la dirección de ningún ente público. Si el cabeza de familia era socio, podían entrar todos los de casa pero cuando los jóvenes varones cumplían  los 18 años perdían ese derecho y tenían que pagar la cuota de socio. A las mujeres siempre se les permitió entrar gratis, lógicamente para dar sentido a los bailes. Pero esta imposibilidad de participación femenina se repetía en otros tantos casos: en las bandas de música, en las orquestas,... Solo empezarían a destacar como niñas en actividades escolares que luego se integrarían en: grupos de teatros, coros o agrupaciones de pulso y púa.  Muchas de estas jóvenes pudieron haber tenido salida profesional, pero casi siempre se truncaba en pro de una "respetable" vida familiar y quedaría limitada su participación en la iglesia, que socialmente estaba bien visto. Recuerdo voces maravillosas como la de Landa, Salomé,... A pesar de todo una de esas prodigiosas voces logró llegar muy alto: Célida Alzola. Y en la actualidad son muchas las mujeres que al igual hombres han  alcanzado sus metas.
    También existía en esa época en el pueblo, el Frente de Juventudes (O.J.E.) que lo había creado la dictadura para controlar a los chicos jóvenes varones en los fundamentos del régimen. Para atraerlos ofrecía juegos recreativos como: footbolines, mesas  de "pimpón" (tenis de mesa) y otras actividades ;lugar al que mi padre  también decía que no había que ir, pues aunque él se crió en la dictadura y ni creo que en esos tiempo sus pensamientos fueran de izquierdas, era un hombre inteligente y manifestaba, a su manera,  rebeldía con lo que veía mal.
   Afortunadamente en la vida civil la llegada de la Democracia ha derrocado estos injustos preceptos,  ha permitido que la ley respete a los ciudadanos hombre y mujer por igual, aunque a nivel social el proceso ha sido más lento.
Cantina del casino, a cargo de Wenceslao, fotografiados con los camareros que ese
día reforzaban por haber baile, por  lo que todos iban ataviados con sombreritos. 
(Fotografía compartida de la página de facebook de Historias y Rincones de Arafo).
     Centrándonos en nuestro relato, recuerdo que en esa época frecuentábamos menos el casino, lo más que me viene a la memoria es que nos  poníamos en el callejón mirando los bailes por las ventanas traseras del ambigú, pues éramos muy jóvenes para que nos autorizasen entrar. Otra de las actividades sociales que recuerdo oír nombrar, pues nunca participé, eran las famosas” giras a la isla” que organizaban, contrataban una o dos guaguas, según la demanda, y los vecinos llevaban sus almuerzos en la cesta de las viandas, y se iban a visitar otros pueblos de la isla. Una de las giras obligadas era la de la octava del Cristo de Tacoronte, aún recuerdo a mi abuelo Pepe con la estampita de la imagen del Cristo trabada en la cinta de su sombrero; también se hacían  otras para visitar El Puerto de la Cruz,  La Laguna con su Cristo, ¡el sur no había empezado!... Otro acontecimiento era el baile para el nombramiento de reina de la Sociedad a la que luego veríamos  en los actos de las fiestas patronales.
   Pocos años después sufrió una gran reestructuración mejorando sus instalaciones y posteriormente otra nueva reforma. Esta institución propició muchas actividades culturales, ha apoyado y  prestado sus instalaciones a diversos colectivos del pueblo y tuvo un papel relevante para los vecinos de toda la Comarca que venían a disfrutar aquí los afamados bailes de Fin de Año , también organizaba bailes periódicos a lo largo del año. Pero una vez más con el devenir de los tiempos y la facilidad de tener vehículo propio para trasladarse a cualquier punto de la isla en busca de todo tipo de oferta cultural, festiva y de esparcimiento, ha hecho que estas sociedades vean disminuida su actividad, pero este casino centenario se mantiene orgullosamente, pues se ha ganado el derecho a ser un símbolo de la identidad del pueblo y con ese sentimiento muchos vecinos han seguido manteniendo su contribución como socios.

   EL CENTRO CULTURAL Y DE RECREO
    Esta institución casi es coetánea mía, pues también nace en la década de los sesenta. Desde pequeña siempre he oído decir que en Arafo si no dividimos todo en dos, no hay el motivo o “pique” que nos empuje a superarnos, como ocurrió también, en su momento, con la Banda de música y las dos han funcionado con éxito. No obstante, recuerdo que corrían comentarios entre los que no vieron con buenos ojos esta división tachándola de una intencionalidad clasista, pero finalmente en esta nueva sociedad pasaron a participar la mayor parte de los vecinos, pues de no ser así no habría prosperado.
  Como sus instalaciones eran más nuevas y más holgadas, las veíamos más agradables y las frecuentábamos los domingos al salir del cine. A la entrada la barra, que estaba a cargo de Secundino el hermano de mi tía Anita, hasta recuerdo acompañar a mis primas a llevarle la bandeja de ensaladilla que mi tía le preparaba para el bar; luego la sala de baile y en ella al fondo, bajando unos escaloncitos, el aparato de televisión; a la izquierda de ésta el baño femenino, que tenía un espejo de gran tamaño y a la derecha del salón de baile, las mesas para los hombres jugar a las cartas, que en alguna ocasión cogíamos y seleccionábamos las figuras y el as para jugar al "asesino".
   En la parte trasera había un patio de verano, con un pequeño voladizo soportado por columnas, donde se ubicaban las mesas y sillas donde nos sentábamos a tomar las golosinas y en la parte central de esa pared, se abría un pequeño cuarto que funcionó como discoteca juvenil a la que llamaban “la cuevita” a la que nosotros no podíamos entrar por ser pequeñas. Al no ser una sala abierta para el control de los mayores y por la rancia moral de aquella época, recuerdo que se la miraba con recelo. Detrás había un espacio donde los chicos, más mayores que los de la fotografía, jugaban a baloncesto, pero creo que aún no como equipo del Centro.
  Años después fue agraciado con un importante premio de la lotería nacional, ya que ambas sociedades traían números para vender en Navidad, lo que le permitió mejorar sus instalaciones de forma considerable.
  Al igual que el casino: con sus bailes abrió sus puertas a participantes de fuera, ha albergado y potenciado colectivos del pueblo, ha realizado actividades culturales y de forma paralela hoy sufren el cambio de época, que les obliga a disminuir su actividad, aunque ambos se mantienen en la brecha.
Este recorte de prensa corresponde a algunos años posteriores a la fecha del relato,
 pero es representativo de lo que hemos comentado. (la fotografía ha sido compartida de
de la página de facebook de Historias y Rincones de Arafo).
EL CINE

Otra institución en fomento de la sociabilización y la cultura fue el cine. Intentaré plasmar mis recuerdos del que yo conocí, pues de su época, mi madre me hablaba del cine”del moro”, donde además hacían bailes y como ella era delgadita y no muy alta, el señor se empeñaba en que no tenía edad para poder entrar, y más de una vez recurrió a su hermano Pepe para que convenciera al señor y la dejase pasar.
Fotografía de la fachada del cine. Da la impresión  de que es de
 cuando ya  Manuel había construido la vivienda. (Ha sido tomada 
de la página de facebook de Historia y Rincones de Arafo).

Desde muy pequeña acudía al cine de mi pueblo cada domingo a las cuatro de la tarde, aunque para los mayores la sesión de “estreno” era los jueves por la noche. Me viene a la memoria las películas de Cantinflas, los musicales de los cantantes españoles de aquella época: Marisol, Peret, Rocío Durcal, Julio Iglesias , Manolo Escobar; ...¡Cómo no!, las películas de indios y vaqueros del Oeste,...
Al principio iba con mi hermano, pues mi padre nos lo inculcó desde muy pronto, pues a él siempre le había gustado y no me extrañaría que lo hiciera para sustituir la salida de otros niños que iban la mañana del domingo a misa. Luego pasé a ir con mis amigas/primas segundas de La Morra, con las que había compartido tantas horas de juegos infantiles, a las que se fueron añadiendo sus compañeras del Colegio Nazaret, pues yo siempre estuve en el Instituto Mencey Acaymo de Güímar.
  Y hablando de afectos, fue en el cine donde comenzaban los primeros ligues de adolescencia. Y en esa época de tanto prejuicio las últimas filas de butacas se convertían en el refugio de las parejas de novios ya mayores.
  El cine fue propiedad de los Hnos/as Pérez; él, Pérez que es como todos lo llamaban, proyectaba las películas y a veces contaba con su ayudante Alfonso. Las películas estaban precedidas del obligatorio Nodo que impuso el régimen franquista para hacerse campaña con las noticias y documentales que le interesaba hacer llegar al pueblo, lógicamente nunca faltaba la imagen de Franco inaugurando algún embalse. Aún hoy, los de aquella época y anteriores, reconocemos el fondo musical cuando alguien cuelga en las redes uno de ellos.
  A Pérez le acompañaban sus hermanas: Lolita y Paquita y Anselmo el de Fefa al que con los años le sustituiría Daniel el de Edilia. Las hermanas vendían las entradas en las ventanitas de la taquilla y luego, en el descanso, todos los hermanos atendían en “la cantina” que es como denominábamos al pequeño bar que había en el zaguán previo a la sala de cine. Mientras Anselmo controlaba la puerta, tanto para recoger las entradas como en el descanso, pues muchas veces nos acercábamos al carrito de golosinas de la plaza o a la venta de Evarista que al ser domingo solo abría por la parte trasera.
   Luego pasó la propiedad a Manuel, llegado de Venezuela y que arreglo su vivienda en la parte norte del cine, supongo que por su edad los anteriores dueños decidieron desprenderse de él y posteriormente lo adquirió Gerardo que sería su último propietario y con el que cerró sus puertas en cuanto a funcionar como cine.
   Todos esperábamos en la calle hasta que abrían las ventanillas de la taquilla, que en un principio estaban en un lado de la zona de la pantalla.
   De la sala de cine recuerdo sus cortinas rojas tanto en los ventanillos como en los portalones laterales que al dar a la calle se abrían al final de la sesión, que de alguna manera anunciaban al venir a correr las cortinas. También en el fondo otra cortina roja que comunicaba la sala con el zaguán,  a los lados las gradas de madera del gallinero y en lo alto, sobre la cortina, el hueco por el que salía la luz del  proyector y se reflejaba en la pantalla de tela blanca que se situaba justo enfrente, reproducía la magia de las imágenes pero que de vez en cuando se cortaban y tras el correspondiente abucheo y crítica : "no traen sino películas viejas y la cinta está destrozada", reanudaba la proyección.
   En el lateral contrario a las puertas de salida, los baños femeninos, creo que los masculinos estaban al fondo del zaguán. En medio el patio de butacas de madera cuyo asiento se recogía hacia el espaldar.
   En el zaguán estaba la puerta de entrada, al fondo de éste la cantina, a un lado de ella la puerta que daba a la escalera que daba a la zona de proyección,  y frente a la cantina, una tabla de la que colgaban los carteles de las películas y los de fotografías de algunas escenas. Pero lo mas pintoresco
era que la película se anunciaba en uno de los laureles de indias de la parte superior de la plaza del pueblo, el más próximo hacia el molino de gofio, Allí nos esperaba el tablón que se sujetaba en el tronco, donde todos acudíamos para saber cual sería la próxima película e imaginar como sería por lo que mostraban unas seis u ocho fotografías de las escenas o fotogramas.

*Nota: agradecer al impulsor de la página de facebook "Historias y Rincones de Arafo", que a pesar de haberla revisado no detecté su autoría, aunque me han llegado comentarios de que el autor es quien se firma  como Thony Mochilla, joven al que recuerdo de La Morra, pues ha sido una brillante idea, a la que se van sumando colaboradores y entre todos dejan en ella la historia gráfica del pueblo de la que ahora todos podemos disfrutar. ¡Gracias!.


Candelaria a 19 de agosto de 2016

lunes, 15 de agosto de 2016

Gallinas, conejos, cabras,...

En  aquella época lo habitual era que la mayoría de las familias tuviésemos algo de ganado doméstico. (1968-1973)

Todas las fotos han sido tomadas de internet

   GALLINAS:
  El poco trabajo que ocasionaban las convertía en miembro de derecho de todas las familias, incluso las menos dada a estas ocupaciones. Tanto en mi casa como en la de mi abuela ocupaban un espacio holgado frente al hacinamiento de la granja, en la de ella ocupaban un trozo de cantero que fue rodeado por una tela metálica, dejando dentro los pencones de higos picos que allí estaban plantados y que serían el lugar donde, al acabar la luz del día, las gallinas irían a dormir. El cantero les permitía hurgar en la tierra con sus ávidas pata y picotear las lombrices o insectos que por allí se ocultaban, por tanto eran auténticas gallinas camperas. En casa se acostaban en los palos que se sujetaban en un extremo en la tela metálica y por el otro entre las piedras de la pared que sirvió de apoyo para construir el habitáculo.
  Todo gallinero debía estar provisto de su correspondiente nidal, pues a modo de nido natural las gallinas pondrían en él sus huevos. Éste se hacía colocando una caja de madera desprovista de una de sus paredes y rellena de pinocha o “pinocho”, como le decíamos nosotros, cuya misión era evitar que los huevos se rompieran. A pesar de ello las de mi abuela por su talante camperas, ignoraban los nidales dejando sus huevos en el suelo, entre los pencones, que recuerdo recorrer para que no se nos escapara ninguno. Estos pencones daban jugosos higos picos que ella cogía con aquellas grandes tenazas de madera que llamábamos las "tarascas".
   La presencia del elegante gallo le daba un toque especial, pues la naturaleza les dotó de ese porte esbelto y colores vistosos de sus plumajes, como el que hubo en mi casa, aunque sin embargo el de mi abuela era blanco pero igualmente majestuoso, además su bello canto desde el amanecer, destacaba sobre el coro de cacareos de las laboriosas gallinas, sin embargo para él la única misión se limitaba a fecundarlas y así lograr “huevos gallados” que serían aprovechados en el momento que alguna gallina manifestase su deseo de incubar :“se ponían cluecas”, y así asegurar la continuidad de un gallinero productivo. En ese caso se aislarían por un tiempo madre y pollitos para evitar que fueran picoteados por las restantes gallinas, y madre e hijos transmitían una dulce estampa: la madre protegiendo a sus delicadas criaturas que caminaban a su alrededor. Me viene a la memoria un habitáculo o gorito improvisado a base de tela metálica en el patio de los animales, donde mi abuela los aisló .

Cuando los pollos tomaban un tamaño adecuado se integrarían en el gallinero sentenciando, con esto, el paso al caldero de algún ejemplar de las viejas generaciones, ¡la ley de la vida!. Aún recuerdo a mi abuela y a mi madre desplumando la gallina entre vapores de agua.
Siempre hubo familias que tenían un buen gallinero y vendían huevos en sus casas, recuerdo ir a casa de nuestras vecinas, cuando las nuestras se “desponían” e igualmente se les compraba si tenían gallo para aprovechar a alguna que estaba clueca o sea en periodo de empollar. También en mi niñez en el casco del pueblo había una granja propiedad de la familia Méndez Rolo, en la Cruz del Valle, que vendía a las ventas y al mercado insular.
    En este apartado resaltar que por aquella época varios vecinos criaban gallos de pelea y participaba en los sangrientos encuentros que se celebraban, pues era una competición muy arraigada en Canarias.


   LOS CONEJOS: 
   Era otro de los animales frecuentes en la ganadería para consumo familiar. En mi casa los teníamos en conejeras elaboradas con madera. Para describirla diríamos que era un cajón mayor, cuyo frente lo cerraba una tela metálica de pequeños agujeros que en uno de los extremos se transformaba en una pequeña puertita que lograba destacar porque a la cubierta metálica le acompañaban las guías de madera y la tranca que permitía acceder al interior para depositarle su avituallamiento. Comunicado por un pequeño hueco le seguía un cajoncito menor o gazapera que a modo de madriguera servía para la madre parir a sus crías o camada previo deslanarse para hacer su cama.
   La citada conejera se aislaba del suelo, casi un metro de altura, gracias a unas rígidas patas de madera, que evitaban que las crías fueran atacadas por alguna rata que siguiendo su olfato lo intentara.
      Las conejas hembras solían convivir en grupo, mientras el conejo macho tenía la suya aparte y solo sería acompañado cuando el celo femenino así lo requería. A consecuencia de esta visita, la coneja muchas veces lograba habitáculo independiente y permanecer el mes de gestación y otro de amamantamiento, lejos de las interferencias de sus compañeras. Esta independencia terminaba cuando las crías alcanzaban un desarrollo justificado y podían convivir con nuevos inquilinos.
      En casa de mi abuela el grupo mayor de conejos estaba en un goro y luego había la conejera del macho, y la de las conejas crianderas.
     Siempre que me paraba a observarlos parecían que movían su nariz como queriendo husmear lo que se acercaba o levantaban sus orejillas para detectar si algo podía alterar su monótona vida, que transcurría día a día ante el mismo paisaje, la triste pared del patio trasero, a cambio no tenía que luchar por el sustento diario que se lo proporcionaba la protectora mano de mi madre, este solía componerse de las hierbas de la vegetación natural de la zona de medianías, especialmente las tederas, magarzas, hinojos y a veces balos. Había quienes iban a buscar escobones a la zona alta, como mi tío Juan en su mula u otros que les compraban haces de ellos, a los que con sus caballos cargados se dedicaban a proporcionarlos. En la conejera siempre estuvo la cajita para el millo y el porrón de agua que se completaba llenándolo en posición horizontal y luego al colocarlo verticalmente, iba surtiendo lentamente el bebedero. Recuerdo que mi madre me decía que si las conejas se encontraban sedientas eran capaces de comerse a sus crías, de ahí que ella siempre estaba vigilante, pues mi padre solo les dedicaba un rato periódicamente para limpiar su residencia o ponerles aceite y azufre en las orejas para atacar al ácaro que las suele parasitar.
   Aunque es conocida su facilidad para criar, de ahí la frase “paren como conejas”, el proporcionarles alimento diario era una trabajo añadido para mis padres, lo que obligaba a limitar el número. Pero siempre hubo los suficientes para servir al sustento proteico de la familia en determinadas ocasiones como lo eran los cumpleaños, algunos domingos o las llamadas fiestas de guardar para la reglamentaria sociedad católica.
   Mi madre los preparaba en salmorejo y le quedaba muy rico, aunque mi padre, para "picarla" le decía que no llegaba al punto de exquisitez que lograba mi abuela materna; con determinados trozos, principalmente las delicadas costilla, solía preparar la paella o arroz amarillo.
  Reconozco que mi convivencia con estos seres peluditos y pacíficos, fue siempre demasiado racional, nunca fueron mis mascotas, pues los sabía parte la cadena alimenticia de mi familia.

   LAS CABRAS: 
   Era frecuente que las familias tuviesen al menos dos cabras, pues cuando una quedaba preñada, la otra seguía un tiempo dando leche, aunque había que aprovechar el celo y pronto pasaría cada una sus cinco largos meses de preñez, lo que supondría a la familia unos dos o tres meses consumiendo condensada o en polvo o incluso yo recuerdo pedirle a mi madre que de merienda me hiciese papas fritas y huevos fritos, mientras terminaba la gestación y nacían los primeros baifos.
   Todo este acontecimiento también tenía su ritual, pues recuerdo que cuando las cabras estaban en celo o en calor, mi padre las llevaba a uno de los cabreros del pueblo, Félix que padecía cojera, dado que su manada contaba con macho cabrío y dejaba allí la cabra al menos unas semanas para asegurar que quedase preñada. Mientras nuestra cabra estaba fuera, había que llevar cada 2 ó 3 días una bolsa de millo para compensar su comida  y de camino alimentar los bríos del macho. Lógicamnete al nacimiento de los baifos, uno sería para el dueño del padre de las criaturas.
   De regreso en casa había que alimentar a esa futura madre con desvelo, en mi casa había un poyito hueco que a modo de dornajo o pesebre hacía de comedero y al que la cabra accedía pasando su cabeza por el hueco que para tal cometidos queda en la parte frontal de su goro, recuerdo que mis padres le daban agua con un cubo para que bebiesen.
  El momento del parto también era muy importante y era asistido por un cabrero experto, a mi casa acudía Cho Gabriel, padre de mi tía Carmen, o su hijo Pepe, que a semejanza de un buen veterinario o partera, asistía a la madre; lo que no recuerdo es que pago recibían por su trabajo; horas después había que estar vigilante a que la cabra soltase “las pares” (la placenta), por un lado para que no se cogiera una infección y por otro para quitarlas antes que intentaran comérselas y no sé por qué razón la gente no lo creía conveniente. 
   En esa época varios vecinos ejercían de cabreros, aparte de los mencionados, me viene a la memoria Nicomedes, recientemente distinguido por el Cabildo y algunos ayuntamientos de la Comarca.
    Tras el parto madre e hijos disfrutarían de esa dulce estampa de calor materno-filial unos pocos días, pues en cuanto la “tafosa” o calostro se transformara en leche nítida, el baifo sería destetado y alimentado con biberón durante un largo mes, para lo que se utilizaba cualquier botella de cristal a la que se le incorporaba su correspondiente tetina de plástico. El destete tendría su duelo correspondiente y madre e hijo lamentarían su separación con amargos balidos, durante días. Pero a ese justo lamento se imponía la dura decisión de la familia que así se beneficiaría unos largos meses de sustento lácteo, hasta que la cabra se secara o volviera a entrar en celo.
    En mi casa ordeñar la cabra o limpiar su goro era trabajo de mi padre, mientras que aportarle el sustento, al menos dos veces al día, lo hacía mi madre. Esta dieta oscilaba según la estación adaptándose a lo de temporada: hojas de millo tierno del cultivo familiar, alguna vez batateras, papas greladas en la cueva que, gracias a la llegada de la nueva cosecha, pasaban a ser dieta de animales, pencas de tuneras (pencones) troceadas, y todo tipo de hierba o arbustos forrajera de la vegetación natural de medianías como magarzas, tederas, vinagreras,... pero evitando balos o hinojos que pudieran alterar el sabor de la leche. La posibilidad de manifestarse por balidos le hacían no ser ignoradas y aunque rara vez mi madre se olvidada, le recordarían que era la hora de comer.
  Cuando una de las cabras se ponía mayor, una de las baifas se quedaría en casa, al principio aislado de su madre, pero pasaría a su compañía en el holgado habitáculo o goro en el momento en que la joven ya se nutría de hierba hasta convertirse en adulta  y que tras su primer parto continuaría proporcionando leche para la familia. En ocasiones suponía la sustitución de la madre u otra compañera que ya a sus 7 u 8 años se consideraba envejecida. No obstante la mayoría de los baifos se convertirían en un sabroso almuerzo familiar, o como un regalo muy valorado para médicos o abogados de aquel entonces y en otros casos se vendía a los intermediaros, al igual que los conejos para llevar al mercado capitalino. En mi casa todos pasaban al cabrero que en ocasiones nos devolvía el regalo con un jugoso queso.
  De la matanza del baifo era muy importante separar el cuajo o estómago pues en periodo de lactancia contiene enzimas o fermentos que coagulan la caseína de la leche para transformarla en queso; y que por tanto se secaba para utilizarlo en la elaboración de este derivado lácteo. Igualmente su piel se extraía con cuidado y lo más entera posible  para fabricar el conocido zurrón con el que se amasaba el gofio.
También las cabras que habían envejecido, les esperaba su destino en la cocina familiar o en la de un posible comprador, siendo un manjar exquisito para muchos, al igual que hoy en día. Su preparación siempre ha requerido una exhaustiva limpieza desprendiendo sus grasas o cebos con mucha precisión, pues su fuerte sabor puede producir rechazo de los comensales, para luego hacer una buenas sopas de caldo de carne de cabra o componerla en salsa.
Foto tomada de internet. En aquella época las botellas más habituales eran de cristal.
¡La gran ternura que despierta un baifito!
   Vacas
   Mi madre me contaba que en su niñez, sus padres tenían una vaca, pero en la mía, éstas solo las tenían algunas familias y destinaban la mayor parte de la leche para la venta, ya que era más aconsejable que la de cabra para alimentar a los bebés. Recuerdo que la vendían Pruda/Pedro, Lala/Lito,... y los hermanos Curbelo que tenían una “cuadra” o establo con mayor número de vacas.

 Otros animales domésticos frecuentes fueron:

   Cochinos: 
  Los que vi criar fue en casa de mis abuelos maternos, en mi casa nunca los tuvimos.    Recuerdo que su gorito tenía una puertita de metal grisienta que encajaba en unos pequeños rieles o surcos de la pared y que al levantarla el cochino saltaba al espacio exterior y mi tío procedía a limpiar goro y cochino aplicando la menaguera. 
  Mi abuela reunía los sobrantes de las comidas para reservarla para el cochino.
  Luego cuando éste alcanzaba el tamaño aconsejable se procedía a la Matanza o “muerte de cochino” que ya comenté en otro relato. Una vez más el buen trato a los animales era la costumbre, pero su fin era la alimentación, nunca se los veía como mascotas de la familia.

   Bestias de carga: 
  Yo solo conviví con el mulo que tenía mi tío Juan en la casa de mis abuelos maternos, era un animal pacífico, pero a mi, su altura me daba vértigo y pocas veces acepté la invitación de mi tío a subirme en él. Era de pelaje marrón, con unos grandes ojos negros y una cola de negras crines, recuerdo a mi tío peinándolo, o trayendo las cargas de millo, ya seco, de los cultivados en los canteros del Majano, así como de los paquetes o pacas de paja que le compraba y que pasaban a su dornajo.
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Mi padre me contaba que en su casa llegaron a tener incluso un "camello" (realmente era un dromedario) y de ahí que siguiéramos llamando al espacioso habitáculo donde tuvimos palomas, la gañanía o “gananía” como le decíamos nosotros, pues realmente fue un establo, de hecho recuerdo que al principio estaba allí el largo comedero o dornajo de madera (un tronco ahuecado ).
  Por estos años era frecuente oír, desde el amanecer, los cascos de los caballos, mulas,... al pasar por el empedrado camino y escuchar su relincho o el rebuzno de los pacíficos burros, pues era el compañero de las faenas agrícolas para arar, transportar la carga e incluso, como ya comenté, su dueño podía hacer esos servicios para si mismos o para los que no poseían estos animales, consiguiendo con ello un ingreso económico. Traían pinocha y escobones previo pago al ayuntamiento de unas licencia por ir a cogerlos. La primera la vendían para usarlos en las huertas o para poner de cama a los animales y los escobones como forraje. Actualmente esto ha dejado de ser así y cada verano se plantea la polémica de que se quite la pinocha al monte para no facilitar la propagación de incendios.
   Palomas
  En mi casa tuvimos palomas, creo recordar que fue un regalo a mi hermano, de una pareja de buchones, pero al final nos hicimos con un palomar. 
  Recuerdo que en mi niñez, se recomendaba la sopa de pichón para los niños cuando estábamos enfermos, de hecho fuimos a comprarlos alguna vez a casa de Segundina/Miguel.
   Ocuparon la antigua gañanía o “gananía” y mis padres les habían colgado cajones con pinocha en lo alto para que hicieran sus nidos, a pesar de ello me viene la imagen de las palomas, por su instinto natural, portando pajitas o ramitas secas en su pico para acondicionar su nido.
   A mi madre le gustaba pararse en la reja de la puerta, para contemplarlas agrupadas comiéndose los granos de millo, en muchas ocasiones me acerqué a contemplarlas con ella.

Perros de caza (podencos) y hurones:
Estos animales estaban asociados a las viviendas en la que a algún familiar le gustaba la Caza. Mis tíos Juan y Eladio practicaban la caza de conejos (también alguna perdiz y paloma) y tenía cada uno dos o tres perros podencos, estaban apartados del resto del ganado, ocupando un espacio próximo a la bodega/sótano. La verdad que a esa zona poco me acercaba, debe ser que me decían que me podían morder, aunque tengo entendido que no son agresivos sino muy familiares. De hecho a diferencia de hoy en día la gente de mi entorno no mimaba a los perros, era distinto, aunque los cazadores los cuidaban y querían por ser su fieles compañeros cada jueves y domingos después de levantaba la veda. No obstante caló en mi, ya que recuerdo de forma diferente, un señor de la calle El Lomo que pasaba por delante de mi casa con su burrito y un perro pequeño que le acompañaba siempre, dando una imagen dulce de fiel compañero, no parecía tener otro cometido.
  Los menos que me gustaban eran los hurones, expertos en meterse en la madriguera de los conejos salvajes. Estaban apartados en una conejera solo para ellos y mi tío era quien los cuidaba.


   Este modelo de vida, en décadas posteriores, hasta en los pueblos, fue haciéndose incompatible con  los nuevos oficios y ha ido siendo derrotada por la ganadería industrial mayoritariamente de fuera de las islas, importándose carnes y leches desde cualquier lugar del planeta. 

     Junto a esta fauna doméstica, nuestras casas, siempre rodeadas de alguna huerta, tenían próximas especies naturales como lagartos, perinquenes, ratoncitos de campo, los escondidos erizos morunos, se veía volar los tabobos o abubillas con su bello plumaje y su largo pico, las oscuras andoriñas (vencejos o golondrinas) que según decían los mayores su presencia en grupo barruntaban que venía tiempo fresco; los planeadores cernícalos, algún cuervo, mirlos, una escondida coruja nocturna, tórtolas, variedad de pajarillos como los camineros, mosquiteros,... que formaban un verdadero coro en los laureles de la plaza del pueblo. 
   Desgraciadamente con la presencia de los plaguicidas para control de enfermedades en las cosechas, se produjo el envenenamiento de especies que consumían las hierbas del cantero o los frutos y la cadena alimenticia implicaba la muerte de los que a su vez consumían a estos animales envenenados, propiciando un desequilibrio en beneficio de las más prolíficas como han sido ratones y ratas; hoy en día el tema está regulado y para el uso de venenos hay que tener su correspondiente acreditación, previo cursillo, y una normativa restrictiva prohíbe la mala ubicación de estos productos, no sin el consecuente descontento de algunos aficionados a la agricultura tradicional.

Candelaria, a 14 de agosto de 2016


























sábado, 6 de agosto de 2016

Una vivienda tipo: la casa de mi abuela

    La casa de mi abuela Heliodora, "Madre" que es como la llamábamos, casa donde ella nació y siempre vivió.
   Estaba recordando los utensilios, muebles y organización de las viviendas en esos años (1968-1971) y me he decantado por describir la casa de mis abuelos maternos. La razón, aparte de las muchas horas que pasé allí, es porque no tuve la oportunidad de disfrutar de mi abuela paterna ya que falleció años antes de yo nacer y mi abuelo paterno en esa época vivía en su casa de la Costa de Arafo. No obstante los utensilios que usaba mi abuela eran más o menos iguales a los que usábamos en mi casa y en otras tantas.
    La casa, tras abrir la puerta del camino, era una suma de habitaciones o cuartos que se ordenaban al lado izquierdo del patio, digo suma porque sus diversas techumbres hacen pensar que se fueron construyendo a media que se necesitaban, más habiendo sido la casa de mi bisabuela Madre María, segunda madre para mi madre. En las habitaciones más externas habían tres construcciones de teja árabe, luego la cocina que tenía techo de teja inglesa y en cambio, los cuartos posteriores, la terraza y hasta incluido la cuadra del mulo, terminaban en azotea.
   Al lado derecho del patio estaba el cantero que acababa en el sótano/bodega por el que se accedía a la cueva para guardar las papas, que quedaba bajo el patio; siendo dicho sótano quien hacía de frontera con el empedrado camino de La Morra. Y al fondo, mirando hacia el Barranco, la zona del ganado doméstico al que me dedicaré otro día. En la actualidad la casa no conserva el mismo aspecto.
El tejado y trozo de pared que se ve al fondo de esta foto es la casa de mis abuelos en La Morra, la he compartido de la publicada
 en la página de facebook "Historias y Rincones de Arafo" 
      Aunque describiré las habitaciones principales, no lo haré por el orden espacial sino por el afectivo para mí. Como siempre el lugar más importante era la cocina, porque al calor de la misma nos reuníamos todos, sus cinco hijos y "sus consecuencias". Destacaba a la izquierda de la habitación, el baúl que viajó a Cuba con mi abuelo, que en este entonces, mi tío Juan usaba para guardar su escopeta de caza, el cinturón de cartuchos y la huronera vacía; y que servía de asiento en las reuniones familiares. Frente a él, hacia el lateral derecho, la mesa de la cocina cubierta por un mantel de hule y siempre decorada con la bandeja de frutas de la temporada, la azucarera de aluminio, pero sobre todo por los permanentes platos tapados que contenían pescado o carne o papas guisadas ya frías, con las que tantas veces merendaría mi madre en compañía de su hermano Juan. Este decorado abandonaba la mesa, y pasaba al poyo, unas horas por la tarde cuando nos poníamos a jugar rondas y tutes con la baraja. A la mesa le acompañaban las sillas y  si hacía falta le acercábamos el banquito que estaba a un lado. Detrás de ella, un cajón de madera pintado de negro, yo diría que con más de medio metro de altura, cerca de metro y medio de largo y cerca de un metro de ancho, cuya tapa superior estaba dividida en dos tablones uno clavado al resto y otro suelto pero que se ajustaban a la perfección de forma que al cerrarlo hacía de asiento donde tantas veces subía a sus nietos para sentarnos a comer sus ricas sopas de caldo gallina o el insuperable salmorejo de los conejos que ella criaba, aunque alguna vez fue de conejo salvaje que mi tío Juan traía de la cacería y ya el festín mayor era cuando mi madre y mi tía convencían a su hermano Juan para asar papas, ¡Qué delicia!, aquellas papas embadurnadas de la grasa del tocino y acompañada por trocitos del mismo y muchas veces también con pescado salado asado y siempre con el rico mojo picón que mi abuela o sus hijas hacían en lo que estaban las papas en el hoyito del cantero al calor de las brasas y tapadas con ramas de hierba. Aún hoy, mi tía siempre que asan papas me mima avisándome porque sabe lo mucho que me gustan.
 
En La tabla fija de detrás de la de nuestro asiento, se hallaban la lata del gofio y el molinillo del café. Me viene a la memoria ver a mi abuela sentada en la silla de la cocina con el molinillo apoyado sobre su delantal dándole vueltas al mango o manivela y extraer con sumo cuidado la gavetita o cajita que recogía la molienda.
   
Frente a la mesa o yo diría delante de ella, el majestuoso locero de madera, obra de algún carpintero local en él que, al levantar la pequeña cortina que mantenía a raya al polvo, se encontraban de forma ordenada los platos y alguna bandeja, ocupando su lugar encajados entre las tablillas en que se dividía el locero; y en la parte baja del mismo descansaban las escudillas o grandes tazones, acompañados de los cubiertos, en ese entonces, de aluminio. Seguido del locero a escaso medio metro, estaba la puerta de la cocina que permanecía abierta durante el día, siendo la cortina de cretona la que impediría la entrada de las moscas de la terraza exterior. Cerrando ese frente y a continuación de la puerta estaba un “postigo” o “marcoluz” (ventanillo) con su tela mosquitera y que dejaba por el exterior, hacia la terraza, un pequeño alfeizar o repisa donde siempre había algo: unas tijeras, un cepillo,… ¡Ah! Y justo en medio de puerta y marcoluz, estaba la pequeña tapa negra con el interruptor de la luz, que surgiría de la bombilla que colgaba de aquel techo que con su lona pintada no dejaba ver la teja inglesa. Pasado el marcoluz, en la esquina de la cocina, estaba el pequeño mueble con el espejo, toalla y la "palangana" para lavarse las manos.
Tomada de internet por su semejanza
con la de mi abuela
   
En la pared opuesta, y detrás de la mesa, se hallaba el poyo de azulejos blancos y bajo él, su base se compartimentaba con sendas puertitas de madera, ahí debajo se protegían diversos útiles: la botella de gas butano, y en el poyito o alféizar interno, las dos planchas de hierro para la ropa a las que había que calentar con la llama de la cocinilla. En el siguiente compartimento las sartenes o “los sartenes” de color negro y algunos con pintitas blancas, donde el principal no estaría colgado de un clavo como los demás, sino cubierto por la tapa de algún caldero, pues protegía el aceite o grasita de la fritura que mi abuela nos reservaba para que mojásemos el pan en cualquier momento del día; le seguían la lata de aceite y la botella del vinagre sacado de la barriquita familiar, los calderos de aluminio al igual que los cazos de rabo que mi familia llamaba ”sartena” donde se diferenciaban el específico para calentar el café y otra solo para calentar leche; un calderito pequeño y chato que era solo parta calentar agua para las infusiones; el sifón del fregadero y en las últimas puertitas los objetos de menor uso, recuerdo algunas botellas, el fonil también de aluminio y algún garrafón o "galón"  de dos litros,…
Tomada de internet por su parecido.
  A su vez sobre el poyo: la cocinilla marca "Benavent"  que siempre estaba acompañada de algún caldero ya fuera un caldo o unas papas guisadas con las que en tiempos difíciles tantas veces invitó a chiquillos vecinos suyos que ella sospechaba que lo pasaban mal. Sus conocidos decían “la Cocina de Heliodora es una fonda, siempre hay comida hecha”; luego estaba el bote para la sal, le seguía el caldero para el café y detrás de él colgando por el asa (o mango) que se sujetaba a un clavo en la pared, estaba la coladera de tela (o "manga" o "mango") para hacer el café.
Continuaba por el poyo, pero apoyado en su soporte metálico o “quemador”, el caldero específico para guisar la leche de las cabras del ganado doméstico y no me refiero al caldero tipo jarro que vino después, luego un espacio libre y tras él, el hondo fregadero blanco, la zona para: el jabón, estropajo de esparto y a veces de brillo aunque otras veces cogíamos del cantero, pequeñas piedritas de tosca o pumitas y las usábamos para “arenar” los calderos. En la esquina final del poyo tanto arriba como debajo, al estar detrás de la mesa siempre hubieron cosas de menos uso, aunque me quiere venir a la memoria que al final hubo un escurreplatos cubierto de plástico blanco, supongo que para aumentar la vajilla que no cabía en el locero, pues éste nunca perdió su papel.
   Delante de la cocina estaba la terraza techada pero descubierta hacia el mar, salvo por dos columnas sustentadoras y el poyo en que se afianzaban y que a su vez separaba la terraza del cantero; recuerdo con cariño ver a mi abuela sentada en uno de los dos cajones del mulo, que permanecían allí todo el año como rígidos asientos y que solo dejaban este lugar los días de vendimia, en que mi tío los cargaba en el mulo para transportar las uvas desde los canteros; Una de las imágenes que me viene es mi abuela pelando las papas del cesto de caña y lo que más me entusiasmaba era seguir el recorrido del cuchillo dirigido por su experta mano por ver si alguna vez se interrumpía antes de terminar de pelarla completa de una sola pieza. Por cierto, lo del cesto me recuerda oír nombrar a familias como los cesteros: Fefa y su hermano conocidos por los de los cesteros, otra familia del Barrio de Carmen y a Balbino que igual aprendió con su familia del norte y que aún hoy los confecciona como un hobby.También recuerdo, ver pasar por mi calle, a los cesteros procedentes del norte de la isla que traían sus bestias cargadas de cestos de diversos tamaños e iban vendiéndolos por las casas.
Esta fotografía, cogida de internet, recoge el galón de vino protegido por la caña , al lado el cesto más usual para las papas y detrás la cesta para vaciar las papas en la recogida de la cosecha

En   el  poyo de la terraza había una llave de agua y su pequeño cubilete circular, donde disfruté de los mimos que me hacía mi abuela ya que, a petición mía, me dejaba fregar las loza del comedor, la que prácticamente no se usaba y que ella mimaba en su “trinchante” o aparador.
La terraza se continuaba por un lado, con un frondoso parral hacia la zona del ganado que, aunque siempre bien tratado, se mantenía a raya de la convivencia humana, siendo el gato el único que deambulaba por la terraza y patio, pues tenía autorización para cazar ratoncitos y lagartos y cuando se atrevía a levantar la cretona de la cocina daría de inmediato la vuelta ante el aviso de mi abuela: “Zape para afuera”.
 Por el otro lado la terraza, en dirección al camino, se continuaba con el patio de flores, destacando el poyo con las frondosas “flores de mundo” u hortensias que protegían “ la talla del agua” que enterrada entre ellas nos permitía tomar el agua fresca gracias a aquel ancho jarro de aluminio que descansaba en el plato que la cerraba.
También destacaba el poyo de los rosales y mimos, que se situaba detrás de la puerta del camino y recuerdo el rosal que, cuando estaba en flor, más de una vez sufrió nuestro descontrol infantil que hizo caer al suelo una lluvia de pétalos blancos.
Por el margen derecho una sucesión de rabos de tigre, "orejas de burro" o calas, begonias, hojas de salón, helechos o "helechas",... que en variados recipientes, desde antiguos cubos de aluminio o latas de gofio ya oxidados a macetas, embellecían el patio.
Otros de los caprichos que me consentía mi abuela era dejarme regar las plantas o “flores” como le gustaba decir a ella, y que para mi era una diversión que acababa aplicando la manguera a mis chanclas antes de cerrar la llave. Además sería el lugar de encuentro con mis primas y donde jugaríamos muchas tardes.
   También era curioso que en esa época, cuando estábamos varios nietos, nos mandaba a barrer el camino, que previamente rociábamos con agua para que no levantase polvo, además había que arrancar las hierbas que salían desde la tierra que se ocultaba entre las piedras. Otro detalle de urbanidad en aquella época, era que cuando entrabas a la casa tenías que esperar a que no pasara ningún vecino antes de cerrar la puerta: "era de muy mala educación tirarle la puerta en la cara". Luego La Morra sería asfaltada y la puerta del camino ascendería a puerta de la calle.

Otro lugar importante era la habitación de mis abuelos, con suelo de madera y techo de teja árabe cubierta por el interior, allí su imponente cama que en un principio llevó colchón de “clin” (o crin, que al parecer se obtenía de pasar las hojas de palma por un bombo y se secaba al sol y quedaban como hebras semejantes al esparto pero más finas y moldeables), cada mañana al hacer la cama, había que "esponjarlo" o ahuecarlo pues tendía a apelotonarse, y para ello el forro de tela que contenía el clin llevaba una amplia abertura que se abría al desatar el lazo de cinta que unía los bordes de ese ancho ojal. Luego pasó a colchón “flex”. Lo que nunca me atreví fue a usar su cama de cama elástica para saltar, cosa que si hice muchas veces en la de mis padres, por más que mi madre se enfadaba.
Junto a la cama, la mesa de noche donde destacaba el aparato de radio que para mi abuela tenía dos horarios preceptivos: la hora “del parte”, pues a nivel popular, el informativo de noticias tras la guerra civil española heredaría el nombre de aquellos duros partes de guerra. El otro momento importante para ella era la hora del “Santo Rosario”, en ese momento sacaba de la gaveta su rosario, y misterio a misterio completaba el recorrido cuenta a cuenta. He de reconocer que en ese aspecto su influencia no caló en mí, pues ya mi padre se encargaba de alejarme de dogmas y credos y esa visión libre y tolerante hoy se la agradezco.
Continuaba con la destacada “cómoda” que en sus cuatro grandes gavetas encerraba el ajuar principal y en la esquina de una de ellas, guardaba la cajita con la jeringuilla y las agujas para las inyecciones, todo lo cual había que hervirlo antes de usar,  luego el pinchazo corría a cargo de vecinos expertos, recuero a mi tía Anita (mujer de mi tío Pepe), a Ignacio el de Elba, Eva la vecina,,... La cómoda quedaba coronada por una plancha de mármol blanquecino, en la que se ubicaban el reloj despertador, la figurita de la sagrada familia, un pequeño espejito de mano, sus "espejuelos" o gafas, algunas cajas de medicamentos que, por edad, ella y mi abuelo debían usar,...
No se corresponde con la de mi abuela pero es un modelo de cómoda
En la pared central, colgado de la pared por la parte superior y apoyado en ella por la parte baja, destacaba un espejo de más de medio metro de alto con su distinguido marco, que colocándome a la altura de los pies de la cama de mis abuelos, me permitía verme casi de cuerpo entero. Justo detrás, en el espacio que dejaba entre espejo y pared, mi abuela ocultaba los cartuchos y todo tipo de envase de papel o plástico que le llegaba, pues no abundaba, ¡Esa costumbre si que la aprendí! actualmente hago algo parecido para reciclar las bolsas.
Foto de la auténtica singer de mi abuela y que hoy conserva mi tía
Frente a la cómoda, la máquina de coser marca singer y a ambos lados de ella, varias sillas, en las que mi abuela se sentaba por las tardecitas, abrigada con su "sobretodo" de color negro, especie de mantón de lana, y escuchaba la radio, revisaba su peinado o moñito sujeto por las horquillas, y   conversaba con sus queridos hermanos, pues los que vivían más próximos venían a su casa, al haber sido la vivienda familiar: su hermano Fernando y su cuñada Frasquita, su hermana Concha, las hermanas que vivían en la calle Nueva, ya por ese entonces eran mayores y tenían dificultad para subir a La Morra, recuerdo una ocasión en que algún familiar que contaba con furgoneta, alcanzó a su hermana Edelmira, pero de ver en su casa a su hermana Matilde no tengo consciencia.

La habitación se continuaba, por sendos portalones, con otra anexa, y ambas integraban una misma edificación que mi abuela llamaba "la casa de allá" y que yo asumí como su nombre sin pensar que indicaba la  edificación más hacia el camino. En esta última estaba la prestigiosa caja de cedro  que en su interior, en un lateral, estaba lo que llamaban el “escanillo” en el que se ocultaba algún secreto familiar, pues mi madre decía "no anden ahí que son cosas de madre y no quiere que se las revuelvan". Creo recordar que esta caja vino de Cuba con mi abuelo. Le seguía el armario, antiguas camas de sus hijos donde muchas veces me tumbé y a los pies de una de ellas estaba el "balayo" o cesta de paja, donde mi abuela iba poniendo la ropa doblada que recogía de la liña, ella usaba más las que había en el cantero que las de la azotea; le  seguía otra cómoda y en lo alto, a poca distancia del techo, un pequeño altillo o troja que yo no alcanzaba a registrar.
Balayo, la fotografía la tomé de internet, pero
el de mi abuela tenía asas a los lados.
 
Aún contando con la subjetividad, fruto de una mirada afectiva al pasado y posible cambio de lugar de algún objeto, creo que estas dependencias dentro de la casa de mi abuela son un reflejo  de las de la época y recordarlas me ha dejado una sensación dulce y emotiva  consciente del cariño familiar que tuve la suerte de recibir.



Candelaria, a 6 de agosto de 2016